la arqueología

martes, 20 de noviembre de 2018

Zonas arqueológicas en Argentina

El territorio argentino presenta en toda su extensión una gran cantidad de entornos paleontológicos y arqueológicos ricos en fósiles, huellas, ruinas y arte rupestre.
Nuestro suelo es testigo de formaciones geológicas que contienen fósiles de un amplio rango de antepasados de mamíferos, dinosaurios y plantas que revelan la evolución de los vertebrados y la naturaleza en el Período Triásico únicos en el mundo.

Los primeros pobladores también han dejado sus testimonios en las pinturas rupestres de las distintas etnias que habitaron nuestro país antes de la conquista hispánica.
Recorriendo las provincias del noroeste puede disfrutar de los vestigios que el imperio incaico dejó en esa región de la Argentina.

Un sinnúmero de antiguas construcciones en piedra y emplazamientos urbanos prehispánicos que revelan sus costumbres, creencias y culturas. El turismo arqueológico es una propuesta para acompañar sus vacaciones que le permitirá conocer más sobre nuestros orígenes.

Sin embargo, una propuesta de turismo cultural que no tenga, al menos parcialmente, a la investigación científica como sustento resulta poco menos que inviable (al menos a mediano y largo plazo) además de ser contraproducente desde las perspectivas social, económica, ecológica y cultural.

El turismo arqueológico en Argentina no sólo es posible sino que también constituye, en muchas regiones, una necesidad y la mejor opción para el desarrollo social. Pero es claramente distinto al turismo que se puede presentar en, por ejemplo, Mar del Plata o las Cataratas del Iguazú. El turismo arqueológico requiere de una puesta en valor previa.

En Argentina entre los sitios arqueológicos habilitados y preparados para recibir turistas se destacan: La Puna, la Quebrada de Humahuaca, Tilcara, los Valles Calchaquíes, las Ruinas de Santa Rosa de Tastil en Salta, Ruinas de los Quilmes en Tucumán, el Parque Provincial Los Menhires de Tafí del Valle, Pucará del Aconquija y Shincal de Londres en Catamarca, el Parque Cerro Colorado en Córdoba, el Parque Ischihualasto de Talampaya, el Parque Nacional Sierras de las Quijadas en San Luis, el Parque Nacional de Lihué Calel en La Pampa, la estepa de los Dinosaurios en Neuquén, el Cerro Bandera en Río Negro, la Cueva de las Manos en Santa Cruz y el Canal de Beagle y sur de la Isla Grande en Tierra del Fuego.

Arqueología Argentina

La arqueología argentina es aquella que se lleva adelante en diferentes espacios de la República Argentina. No existe homogeneidad en las prácticas y horizontes culturales analizados por los diferentes estudiosos, existiendo, así, varias subramas de la arqueología argentina.

Generalmente, los trabajos arqueológicos apuntan a yacimientos de culturas precolombinas, hecho relacionado con la extensa historia de las poblaciones originarias, con fechas tan tempranas como el 15.000 AC.

Se considera al etnógrafo, folclorólogo y naturalista Juan Bautista Ambrosetti (Gualeguay, Entre Ríos, 22 de agosto de 1865 - Buenos Aires, 28 de mayo de 1917), junto a su discípulo Salvador Debenedetti (Avellaneda, Provincia de Buenos Aires, 2 de marzo de 1884 - altamar, 30 de septiembre de 1930) , los padres de la ciencia arqueológica en la Argentina. A ellos se debe el descubrimiento, efectuado en 1908, y posterior estudio del Pucará de Tilcara, una fortificación incaica, situada en la provincia de Jujuy.

Si bien los trabajos realizados por Florentino Ameghino (Luján, provincia de Buenos Aires, 1854 - La Plata, misma provincia, 1911) son previos a los efectuados por Ambrosetti y Debenedetti, la rigurosidad y metodología científica de estos últimos supera a las de Ameghino, por lo que, a pesar de su anterioridad cronológica, no es considerado como "padre de la arqueología argentina", sino como un antecedente de la misma.

En las postrimerías del siglo XX, se destacan los trabajos de Alberto Rex González (Pergamino, Provincia de Buenos Aires, 16 de noviembre de 1918 - La Plata, Buenos Aires, 28 de marzo de 2012), con sus trabajos sobre las culturas agroalfareras de Catamarca; los de Daniel Gastón Schávelzon (Buenos Aires, 1 de noviembre de 1950), relativos al desarrollo de la arqueología histórica y urbana; los de Antonio Serrano de la Universidad Nacional de Córdoba, fundamentalmente en la región del Litoral; los de Daniel Paz, investigador de la Universidad de Buenos Aires; y los de Humberto A. Lagiglia, (San Rafael, Mendoza, 1938-2009), sobre la prehistoria de San Rafael.

Arqueología en Japón

En Japón se lleva a cabo una de las actividades arqueológicas más intensas del mundo; cada año se excavan más de 10.000 fosas con la participación de más de 50.000 profesionales para trabajos de campo.

Las primeras evidencias de población humana (herramientas de piedra) se remontan a 35.000 años. En aquella época, Japón se encontraba unida al continente a través de «puentes» sobre los actuales estrechos de Corea y La Pérouse. Los hallazgos del norte y el sur de Japón se corresponden en técnicas y estilos con los de las áreas continentales correspondientes.

Esta publicación, no pretende ser un estudio sobre el tema en cuestión, sino un breve resumen de la ponencia impartida por la Dra. Irene Seco Serra de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM).Cuerpo Facultativo de Conservadores de Museos, el día 20 de febrero de 2012, en la Facultad de Geografía e Historia, organizada por la asociación Unión Cultural Arqueológica (UCA). La Arqueología en Japón tiene sus paralelos con el continente durante el Paleolítico Inferior y Medio, pero únicamente hay evidencias de industria lítica y en ningún caso restos humanos. Sin embargo en el Paleolítico Superior sí que existen evidencias de restos humanos, aunque muy mal conservados, ya que el clima de Japón no es propicio para ello. Una excepción es el hombre de Minatogawa, encontrado en Okinawa junto con restos de entre 5 ó 9 individuos más, siendo éste el esqueleto más completo. Tiene una perforación en el cráneo provocada por un objeto duro y puntiagudo, y los dos brazos están fracturados de la misma forma. Una de las conclusiones a las que se ha llegado es que pudo haberse dado un enfrentamiento con otro grupo y que los perdedores hubieran sido objeto de canibalismo por parte de los vencedores. Las etapas en el Paleolítico Superior en el territorio de Japón se clasifican por la industria encontrada:  Hachas de mano y chopper, en los yacimientos de Nakazanya, Heidaizaka y Nishinodai  Cuchillos de lasca, en Iwajuku  Microlitos, en Yasumiba  Puntas de flecha y jabalina, en Odai Yamamoto I y Pirika. Figura 1: ARTURO ASENSIO (2011), Minatogawa man La primera etapa dentro de lo que podemos considerar Neolítico, entre el 13.000 y el 300 a.C., es conocida con el nombre de Periodo Jōmon 縄文時代, (que se puede traducir por “marcas de cuerda”, ya que las cerámicas de esta etapa se decoraban de esa manera). Este periodo se caracteriza por una sociedad de cazadores-recolectores, producía una cerámica a mano, los conocidos vasos jōmon, que se utilizaban para cocinar y eran cocidos en agujeros en el suelo hechos con ramaje. Esta sociedad sería bastante igualitaria, pero a finales del periodo se empieza a observar el comienzo de una diferenciación social, sobre todo en lo ajuares, donde se han encontrado algunas piezas de jade. Las construcciones también han sido un indicio de esta separación social, sobre todo en la etapa de transición entre este período y el siguiente, como se puede observar en el yacimiento de Sannai Maruyama. Aquí aparecen muchas casas, una de ellas en versión “gigante”, y también edificios enormes de postes de madera (casi siempre de castaño de 3 metros de diámetro). Una de las hipótesis sostiene que eran torres vigías, mientras que otros defienden que eran elementos de tipo sacro, o incluso silos para almacenar grano, pero de lo que se está seguro es que eran comunitarios. Los estudios métricos han llegado a  concluir que la unidad de medida que se utilizaba en este periodo para construir era de unos 30 cm más o menos. También ciertos lugares han sido estudiados por su carácter sacro, como son los yacimientos de Higashi Kushiro y Mawaki. En el primero se han encontrado cráneos de delfín dispuestos en forma de abanico, enfrentados, por parejas y cubiertos de ocre rojo, dando a entender que eran de gran importancia para las creencias del momento. En Mawaki aparecen grandes postes de madera, con crecientes lunares inscritos en ellos. También dentro del ámbito de lo simbólico, la presencia de rocas con una función ritual (tanto transportables como fijas) es una constante en esta época y en momentos posteriores. Estos afloramientos rocosos sacros son conocidos como Iwakura, o “deidades que ocupan la roca”'. En lo referente a la cultura material, lo más característico de este periodo son las figuras Dōgu, de arcilla, algunas planas, pero la mayoría son tridimensionales, de unos 40 o 50 cm de tamaño. En la época siguiente se reutilizarán, para introducir cenizas de huesos. Aparecen alrededor del fuego central del hogar, colgadas, posiblemente con al idea de exvoto, ya que algunas se rompían quizás con el propósito de librarse del mal de ojo o para curar alguna enfermedad. También en ocasiones se encontraban en las tumbas, como representaciones de fuerzas espirituales que protegen a los vivos y en algunos casos para acompañar a los muertos. Otras estatuas son antropomorfas masculinas, algunas de ellas con una especie de máscaras, que podrían representar animales. Las figurillas femeninas, como la ‘Vénus’ de Tanabate son mucho menos abundantes. Estas estatuas, en general se caracterizan por unos ojos muy resaltados. La más famosa es la de Kamegaoka. Figura 2: Kamegaoka, Tokyo National Museum Como se puede observar en la figura 2, la forma de los ojos es muy curiosa, esto ha llevado a muchos investigadores a pensar que son gafas como las que utilizan los pueblos del norte del continente para protegerse de los fuertes y fríos vientos, así como de la nieve. Incluso algunos han llegado a estipular hipótesis extraterrestres. Período Yayoi 弥生 時代, entre 300 a.C. y 300 d.C. Las casas varían muy poco respecto al período anterior, ya que se utilizaban los mismos materiales y la misma estructura de planta. Al final de la glaciación se habrían formado corredores que unían el archipiélago al continente (3 en concreto), por lo que parece ser que hubo nuevos aportes de población, que por medio de una navegación de cabotaje llegaron desde la zona polinési. En principio los yacimientos Yayoi más tempranos tienen zonas cultivables inundables naturales, que posteriormente acabaron siendo artificiales, con puertas de madera que permitían inundarlas o no a voluntad. El hierro y el bronce llegan, y se empiezan a trabajar al mismo tiempo, pero los aperos agrícolas eran de madera de castaño, y se han conservado muy bien (sandalias, azadas, hoces etc.). Debido a la importancia del arroz, hay muchas ceremonias relacionadas con el cultivo y recolección del mismo. Una vez recolectado, se almacenaba en silos, siendo los primeros subterráneos, iguales a la tipología coreana. Debido a la humedad del clima japonés, el arroz se pudre con facilidad, por lo que pronto aparece un nuevo tipo de silo sobre postes de madera (especie de hórreos). La importancia de lo anterior se puede ver en Izumo, uno de los principales santuarios de Japón, que como símbolo característico tiene una cuerda sagrada hecha con arroz. Los postes hacen que el suelo quede sobrevolado, pero para un santuario no es necesario, siendo esto una muestra de un silo que se ha sacralizado. Además de arroz se cultivaba mijo y legumbres y también se seguía recolectando y pescando (sabemos, por ejemplo, que el pez globo ya se pescaba en época Jōmon). El bronce y el hierro se usaban para la fabricación de espejos. Las tipologías fueron en un principio las coreanas, pero se van adaptando y van formándose poco a poco tipologías japonesas. La cerámica persiste, pero los vasos son más sobrios - algunos sin decoración – sin embargo siguen siendo enormes, encontrándose esta cerámica muy bien cocida. El primer yacimiento Yayoi es Itatsuke donde las casas varían muy poco a lo conocido en época anterior: se construyen zonas para los animales, ya que se empieza a introducir ganado doméstico con especies importadas desde China. La diferenciación social se hace cada vez más clara, sobre todo en los ajuares que presentan elementos metálicos como armas (puntas de flecha y de jabalina) y campanas. Las famosas campanas Yayoi, algunas tan grandes que llegan a tener la altura de una persona, no tienen badajo y para que suenen se tienen que golpear (muchas de ellas depositadas en las tumbas). Es un elemento de prestigio muy caro, cuya tipología es coreana, tradicional durante la etapa de los 3 reinos. El Primer “Estado” Japonés, Yamato, 大和 時代 conocido como Reino de Yamato, o reino de Wa en China. Es un periodo que se caracteriza por los enfrentamientos constantes entre clanes, se denominaban UJI y que luchaban por la supremacía. El más importante, que se dice descendiente de la diosa del Sol, lo constituyen los Yamato, se hacen con el poder y se va expandiendo hacia el norte, unificando el territorio. Los primeros siglos se denominan la KOFUN, periodo de los túmulos, o de los primeros enterradores, descendientes de los vientos de la diosa del Sol. Los jefes de los clanes se enterraban en túmulos, uno de los más importantes se encuentra en Maruyama, Daisen Kofun. Los túmulos en general suelen estar rodeados por un foso de agua. El más antiguo se encuentra en las proximidades de Nara, es Koganezuka Estos túmulos, aunque que han sido saqueados nos han proporcionado valiosa información: en sus bases se colocaban Haniwa, cilindros de arcilla que simbolizaban una conexión con el inframundo. Los 4 primeros eran solo tubos por los que el difunto podía recibir alimento u otros enseres desde el mundo de los vivos, posteriormente aparecieron con formas humanas o de animales. Aparece también un caballo con estribos, tres siglos antes de que haya mención de éstos en Occidente. Aunque no sepamos la identidad de los difuntos aquí enterrados, sí podemos afirmar que se trataba de guerreros. La cerámica de este periodo se cuece en hornos tradicionales. La doméstica se realizaba a torno y se cocía en hornos de túnel (Anagama) que alcanzaban los 1000 ºC de temperatura. Esta cerámica, denominada Cerámica Sue es más oscura y simple, y presenta algunas decoraciones. Tenían una funcionalidad diversa. Conocemos seis tipos de alfares, que hasta el s. XII no cambian. La escritura se introduce desde China en torno al s. VII, usando ideogramas chinos. Estos se adaptaron y formaron dos silabarios distintos: katakana e hiragana. 

Las mejores zonas arqueológicas en México

México es un país de cultura y tradiciones, muchas de las cuales hemos heredado de los habitantes prehispánicos de este vasto territorio, si bien es cierto que hubo más asentamientos en la parte centro y sur del país, también es posible encontrar algunos vestigios arqueológicos en el norte. Seleccionar solo 25 zonas arqueológicas para este especial, fue muy difícil, pues siendo asidua visitante de las zonas arqueológicas cada vez que emprendo un viaje, me encantaría poderlas retratar todas, pero eso resultaría en un post demasiado largo.

La arqueología es esa ciencia que conjunta dos virtudes principalmente: la paciencia y la esperanza, la paciencia para no destruir por la emoción las huellas de un pasado remoto, y la esperanza de que siempre habrá un hallazgo más importante que el presente, o el anterior, de eso se alimentan los arqueólogos, y creo que nosotros los mortales, deberíamos imitarlos.

Chichén Itzá, Yucatán


Ha sido denominada una de las siete maravillas del mundo moderno de acuerdo con el sitio New7wonders. Entre sus estructuras principales destaca El Castillo, El Caracol (u observatorio), el Juego de Pelota, el Templo de las mil columnas.

Uno de los hallazgos más importantes en Chichén Itzá fue el cenote sagrado, del cual se extrajeron diversas ofrendas y osamentas de las doncellas que eran sacrificadas a los dioses, y en ocasiones también los prisioneros de guerra eran sacrificados y arrojados a ese pozo aparentemente sin fondo.

Sin duda uno de los sitios arqueológicos más importantes de la cultura maya en Yucatán, El Castillo fue uno de los grandes templos que fueran construidos casi al final del esplendor de esa cultura. El costo de admisión es de 64 pesos, con descuentos para estudiantes, maestros y adultos mayores, además, los menores de 13 años no pagan su entrada.

Palenque, Chiapas


Palenque es Patrimonio Cultural de la Humanidad, se encuentra en el estado de Chiapas, sus magníficas esculturas y edificaciones nos narran la historia del hombre que intenta entender y explicarse el universo.

Su edificación más importante es el Gran Palacio, el Templo de las Inscripciones, el Templo de la Cruz Foliada y el Gran Juego de Pelota. Uno de los hallazgos más importantes de Palenque fue sin duda la tumba de Pakal II, cuya estela adorna esta entrada, muchos han identificado esta estela como si de un astronauta en una nave espacial se tratara, y aunque teorías hay muchas, lo más probable es que se retrate el árbol de la vida, apuntando las raíces hacia el inframundo que era misterioso y atrayente para los mayas.

Sin duda, El palacio es su construcción más importante, pues a lo largo de 400 años fue construida en varios estilos, con varios elementos arquitectónicos como una torre, cuatro patios, basamentos y escalinatas, entre otros. El acceso a Palenque es de 51 pesos, con descuentos para estudiantes, maestros y adultos mayores, además de visitar la zona arqueológica, por ese importe es posible también visitar el museo de sitio.

Uxmal, Yucatán


Una de las máximas exponentes de la ruta Puuc es la zona arqueológica de Uxmal, sus edificios principales son la Pirámide del Adivino, el Cuadrángulo de las Monjas y la Casa de las Palomas. Entre sus ruinas se encontraron estupendos mascarones de Chaac (dios de la lluvia) y también estelas con jeroglíficos.

De las cosas que más disfruté en Uxmal fue su espectáculo de luz y sonido, ya que adentrarse a una zona arqueológica durante la noche, te da una perspectiva diferente de como es durante el día, además, esos espectáculos diseñados por el INAH te permiten adentrarte a conocer la historia y la vida cotidiana de los antiguos habitantes del lugar.

Se encuentra muy cerca de la ciudad de Mérida, la admisión es de 64 pesos por parte del INAH más una cuota de 142 pesos por parte del gobierno del Estado de Yucatán, lo cual la hace una de las zonas arqueológicas más caras para ser visitada, sin embargo, la inversión vale la pena, por el estado de conservación de las estructuras.

Tajín, Veracruz


Una de las edificaciones prehispánicas más bonitas, es sin duda la pirámide de los Nichos de Tajín, ubicada en el estado de Veracruz es un gran exponente de la cultura Totonaca. Nichos, relieves y pintura mural, son los mudos testigos de esa ciudad que se conocía como la ciudad de los templos humeantes ya que constantemente se quemaba copal en sus edificios.

Cuenta con 17 juegos de pelota, lo cual han interpretado los arqueólogos como un signo de multiculturalidad, pues estuvo habitada durante casi 900 años, lo cual habla de periodos de evolución dentro de la misma etnia.

La cuota de acceso es de 64 pesos, y tiene cinco puntos de acceso: desde Veracruz, desde Tampico, desde la Ciudad de México, desde Puebla y desde Xalapa.

Teotihuacán, Estado de México
Uno de los sitios arqueológicos con los cuales se identifica a nuestro país es sin duda Teotihuacán, es una de las ciudades más importantes del centro del país, su nombre en náhuatl significa ciudad de los dioses.

En su época de máximo esplendor llegó a tener 100 mil habitantes. Su ubicación privilegiada en un valle rico en recursos naturales la volvió una ciudad además de importante por su arquitectura, un centro económico, político, religioso y cultural de la época. Lo más impresionante es que aún hoy no terminamos de desentrañar todos sus secretos, aunque sabemos que desde tiempos de los aztecas era considerado un sitio sagrado.

Su extensión disponible para el público es de 264 hectáreas, en ellas encontraremos la Pirámide del Sol, la Pirámide de la Luna, la Ciudadela, la Calzada de los Muertos, el Templo de la Serpiente Emplumada, así que sin duda lo mejor es ir a visitarla y llenarte de la energía y la historia que aún habita entre sus muros. El costo de admisión es de 64 pesos y hay que pagar también una cuota por el estacionamiento que varía dependiendo del tipo de vehículo en el que llegues.


Paquimé, Chihuahua


Uno de los pocos sitios arqueológicos encontrados en el norte del país es Paquimé, se ubica en el estado de Chihuahua, una cultura que se adaptó a luchar y sobrevivir en la gran extensión del desierto chihuahuense y que dejó constancia de ello con las impresionantes estructuras que encontramos en este lugar a poco más de 300 kilómetros de la ciudad de Chihuahua.

En Paquimé se dio la unión del suroeste de los Estados Unidos con el norte de México, esas construcciones laberínticas de adobe quedaron como un recuerdo de la riqueza comercial y arquitectónica que se desarrolló en la época pues tenían un buen sistema de distribución de agua y además sitios especiales para especies de animales tales como guacamayas y tortugas, y otros más para artesanías elaboradas con concha y cobre.

Lo más llamativo de Paquimé es acaso el impresionante juego de luces y sombras que se hacen cuando el sol incide desde diferentes alturas en esos laberintos que albergaban cientos de cuartos, algunos con una función muy específica y otros simplemente habitacionales. El acceso es de 62 pesos, incluye la entrada al museo de sitio.


Yaxchilán, Chiapas


La riqueza arqueológica de Yaxchilán no solo está en sus edificaciones, sino en los textos encontrados en sus estelas, altares y dinteles, que narran la historia de esa ciudad estado, con todo y sus conflictos bélicos, sus alianzas y las hazañas de sus gobernantes.

Una de las peculiaridades de Yaxchilán es que ha de llegarse en una lancha con motor fuera de borda surcando el río Usumacinta, no debes perderte la Acrópolis, el Laberinto ni el Juego de Pelota, mudos testigos del esplendor de esta ciudad.

Desde la parte superior de la Estructura 33, uno de los edificios más altos de la arqueología chiapaneca, es posible observar al serpenteante río Usumacinta y también una parte del Petén Guatemalteco, otra área donde floreció la cultura maya. El acceso a Yaxchilán es de 62 pesos, y un accesorio que podría hacer aún más disfrutable tu visita, son unos buenos binoculares para observar la Selva Lacandona desde su acrópolis.

Montealbán, Oaxaca


A tan solo 10 kilómetros de la ciudad de Oaxaca, se encuentra Monte Albán, vestigio de la cultura zapoteca y mixteca, ya que como muchas de las ciudades prehispánicas, fue habitada por diferentes culturas a lo largo del tiempo. De acuerdo con su arquitectura, se ha determinado que estuvo en contacto con la poderosa Teotihuacán.

Sus estructuras principales son el Juego de Pelota, el Edificio de los Danzantes y la Plataforma Sur. En la explanada denominada Gran Plaza se ubicaban los comerciantes para montar el mercado. Esta ciudad fue fundada hacia el 500 a. C. en la cima de un cerro en los valles centrales de Oaxaca, llegó a tener hasta 35 mil habitantes que vivían de la arquitectura, la alfarería y la pintura mural.

El acceso es de 64 pesos, y dentro del lugar es posible encontrar también el museo de sitio, una cafetería, y una tienda de artesanías y publicaciones.

Cholula, Puebla


Una de las imágenes más conocidas de Cholula es la de la iglesia sobre un montículo y con el Popocatépetl como telón de fondo, y es que según cuenta la historia, los españoles intentaban reemplazar a los dioses indígenas con su Dios, y para ello destruyeron los antiguos templos y edificaron sobre ellos sus iglesias. Más o menos así es la historia de esta ciudad de Puebla, de la que se dice que tiene más de 300 iglesias.

Pero hablando de la zona arqueológica hay que mencionar Tlachihualteptl (que significa cerro hecho a mano), la pirámide sobre la cual está edificada la iglesia de la Virgen de los Remedios y cuya base tiene 450 metros de largo en cada lado. Los toltecas expulsados de Tula fueron quienes edificaron esta zona arqueológica.

La ubicación estratégica de Cholula la convirtió en un sitio privilegiado para el comercio entre las diversas etnias prehispánicas, cuenta con asombrosos murales en buen estado de conservación que por sí mismos hacen que valga la pena la visita. El acceso es de 52 pesos.


Tulum, Quintana Roo


Una ciudad amurallada que domina el mar Caribe desde lo alto, así es Tulum, un sitio sagrado para los mayas, que a pesar de estar tan cerca del mar, tiene murales y estructuras en muy buen estado de conservación. En maya recibía el nombre de Zamá, que quiere decir amanecer.

El Castillo, en la parte más alta del acantilado, tiene en sus fachadas esculturas del dios descendente, que se ha asociado en ocasiones con Chaac, el dios de la lluvia, se encuentra también el templo de los frescos en cuyas esquinas pueden verse también mascarones de Chaac.

La visita al sitio tomará acaso una hora y media, pero si tienes chance, te recomiendo bajar hasta la playa y darte un rápido chapuzón, o cuando menos un remojón de pies en las cálidas aguas del Caribe. La zona arqueológica no cuenta con estacionamiento propio, pero hay uno perteneciente a un centro comercial, desde el cual sale un trenecito a recorrer la distancia de un kilómetro que separa de la entrada al sitio. El costo de admisión es de 64 pesos.

Cobá, Quintana Roo


Nohoch mul es la pirámide más alta de Cobá, anteriormente, cuando era posible subir a ella, desde la parte más alta se apreciaban tres lagunas de agua dulce que utilizaban los mayas para abastecerse. Una de sus estructuras más impresionantes y en mejor estado de conservación es el Juego de Pelota.

Una de las cosas que me gusta de estos sitios arqueológicos es que se han respetado los árboles centenarios que crecieron sobre las estructuras, dotándolas de un aire sobrecogedor. La zona arqueológica de Cobá es bastante extensa, por lo cual después de visitar los edificios principales, te recomiendo alquilar una bicicleta o un triciclo con chofer para llegar a las estructuras más alejadas de la entrada.

Sus estelas nos cuentan la historia de este sitio, que si bien no estaba habitado por la clase dominante, sí que contaba con un sacbé de más de 100 kilómetros que llegaba hasta una ciudad cercana a Chichén Itzá. La admisión es de 64 pesos, y además hay que pagar una cuota de estacionamiento que beneficia al ejido Cobá.

Comalcalco, Tabasco


De carácter eminentemente comercial, Comalcalco (ciudad de los comales), es la ciudad más occidental del mundo maya, en ella se han encontrado objetos que pertenecían a etnias de otras latitudes tanto hacia el norte de nuestro país como hacia el sur hasta centro américa.

Los chontales que habitaron esta área (y cuyos descendientes aún habitan ahí), eran comerciantes natos, incluso, llegaron hasta Cacaxtla en Tlaxcala. En este lugar el cultivo del cacao era y es hasta nuestros días una de las actividades económicas más fructíferas.

La Plaza Norte, la Acrópolis y la Tumba de los Nueve Señores son las estructuras mejor conservadas, y uno de los atractivos de este lugar es el contraste entre las cuidadas zonas verdes y los tonos grises y amarillentos de los muros. El acceso es de 52 pesos, como dato curioso, aquí no se ofrecen visitas guiadas, a pesar de la importancia que tuvo este sitio en la antigüedad.


Calakmul, Campeche


Si eres amante de la naturaleza, y te encanta observar la flora y la fauna, Calakmul es una ciudad que no puede faltar en tu itinerario a Campeche. En medio de la reserva de la biósfera se encuentra la zona arqueológica que significa dos montículos adyacentes.

Mucha de la historia de este sitio quedó plasmada en sus estelas y en las preciosas pinturas murales que aún no están abiertas al público pues están siendo preparadas para ser exhibidas. Dentro del sitio puedes recorrer extensas plazas ceremoniales y lugares destinados para las viviendas de los habitantes.

Su majestuoso palacio es una construcción alta que domina la selva y si llegas muy temprano, desde su cumbre podrás admirar cómo poco a poco se va levantando el manto de niebla que por la noche cubre el lugar. El costo de admisión es de 52 pesos, y si vas en tu propio vehículo, es recomendable que cargues suficiente gasolina antes de llegar y cuentes con suficiente para partir, pues las gasolineras más cercanas se encuentran a 100 kilómetros de distancia.

Bonampak, Chiapas


Las pinturas murales que alberga Bonampak son de las más representativas del mundo maya, muchos han sido los estudios que se han conducido para intentar determinar quienes son los personajes retratados y qué pasajes de la historia nos cuenta cada una de esas paredes pintadas.

En la Acrópolis, se encuentra el Edificio I, en cuyos tres cuartos se conservan 112 metros cuadrados de estos murales que según han desentrañado los arqueólogos hablan de una larga batalla.

Llegar a Bonampak no es tarea sencilla, pues después de varias bifurcaciones del camino, te encontrarás con una carretera de terracería que después de 8 kilómetros desemboca en un lugar desde donde serán transportados por vehículos de la comunidad lacandona. El acceso es de 52 pesos.

Ek Balam, Yucatán


Su nombre significa Estrella Jaguar (según otros traductores, significa Jaguar Negro) , y su Acrópolis contiene una de las muestras más impresionantes del trabajo en estuco que realizaban los mayas. Ese palacio fue construido como tumba para uno de sus reyes.

En su interior contiene una rampa que utilizaban los sacerdotes y gobernantes para que el pueblo no los viera ascender, sino que los veía ya en la cima del palacio que en una de las puertas principales está adornada con lo que parecen las fauces de un jaguar, y también es posible ver, seres humanos con alas, como si fueran ángeles.

Desde la entrada del sitio podemos sorprendernos con un magnífico arco maya, muestra de lo avanzado de su arquitectura, además en su época de mayor esplendor, la ciudad estuvo protegida por una doble muralla que tenía un acceso en cada punto cardinal. La entrada a esta zona arqueológica tiene un costo de 62 pesos, pero el gobierno del estado cobra una cuota adicional.

Chacchoben, Quintana Roo


El lugar del maíz colorado, así se traduce el nombre de Chacchoben, fue uno de los asentamientos más importantes de la zona de los lagos, y empezó a poblarse antes del nacimiento de Cristo, ya que los cuerpos de agua atraían a los habitantes para establecerse a su alrededor, recordemos que en Quintana Roo solo existen ríos subterráneos.

Las diferentes edificaciones nos recuerdan el estilo de otros sitios de la cultura maya, pero por su tamaño destaca uno de los grandes templos que vemos al inicio de estos párrafos, se han encontrado en el sitio también dos estelas y aún quedan sitios por explorar.

Una de las cosas que más disfruté en mi visita a Chacchoben fue, cuando ya había terminado el recorrido, encontrarme con una familia de monos araña comiendo en un árbol de mamey, supe que era de esa fruta pues intentaron tirarme una en la cabeza, lo bueno que no le atinaron. El acceso es de 52 pesos, y hay que pagar una cuota adicional por el estacionamiento.

Cacaxtla, Tlaxcala


Cacaxtla contiene unos murales que bien podrían confundirse con los de Bonampak por su estética, fue una ciudad que después de la caída de Cholula tuvo la hegemonía de la zona Puebla-Tlaxcala. Fue un centro ceremonial, una ciudad fortificada, tenía murallas y fosos defensivos y zonas habitacionales para la élite.

Sus murales conjugan rasgos mayas y del Altiplano, en uno de los más imponentes se puede observa la escena de una batalla entre guerreros jaguares olmecas y hombres pájaro huastecos que claramente van perdiendo la contienda, y algunos se muestran desnudos o en distintos estados de desmembramiento.

El Gran Basamento es su estructura más importante, de hecho en ella se construyeron diferentes edificios ceremoniales y es donde los sacerdotes tenían sus viviendas. El acceso es de 62 pesos y también incluye la visita al museo de sitio.


Cantona, Puebla


Cantona si bien tiene poco tiempo de haber sido abierta al público, fue rival de Teotihuacán, de hecho desviaba las mercancías de debían llegar a aquella ciudad, lo que contribuyó a su declive. Sin embargo, su poderío se vio obstaculizado por un cambio climático que desecó las tierras y los obligó a emigrar.

La obsidiana era uno de los principales productos que comerciaban y labraban en sus diversos talleres, y de hecho, al tener tan cerca el volcán Citlaltépetl de donde lo extraían, les era posible dominar el comercio de este bien tan valioso para las etnias del centro del país. Además por su posición privilegiada controlaba el comercio entre el centro y la vertiente del Golfo.

Cantona es considerada la ciudad más urbanizada del México prehispánico, lo demuestran las más de 500 calles y 3 mil patios habitacionales que se han descubierto, así como sus calzadas de más de un kilómetro de longitud. Hasta ahora se han descubierto 24 juegos de pelota, lo cual demuestra la gran importancia de este sitio. El acceso es de 52 pesos.

Xochicalco, Morelos


Asentada sobre un grupo de cerros bajos, Xochicalco fue una de las ciudades más importantes de Mesoamérica tras la caída de Tenochtitlán, cuenta con edificios cívicos, habitacionales y religiosos, y además también con fosos y murallas, lo que nos habla de una época bélica en la que cada ciudad quería controlar su propio territorio.

Entre las construcciones que puedes visitar está la Gran Pirámide, en la plaza central, el Juego de Pelota Sur y la Pirámide de las Serpientes Emplumadas, lo cual sugiere que algunos grupos mayas del sur habrían emigrado a Xochicalco ante la caída de sus ciudades.

En esta zona arqueológica encontramos un observatorio bastante peculiar pues se localiza dentro de una cueva a la cual se accede mediante una escalinata labrada en piedra. El acceso al sitio es de 64 pesos.

Tamtoc, San Luis Potosí


Tamtoc fue un centro político y religioso que llegó a albergar hasta 16mil habitantes, fue hogar de la cultura huasteca, lo cual sabemos por sus edificios con base circular o bien con las esquinas redondeadas. Los habitantes de Tamtoc se dedicaban principalmente a la astronomía y a la ingeniería hidráulica.

Las otras actividades económicas de Tamtoc eran la agricultura principalmente de frijol y maíz, la pesca y la cacería de animales. Sus habitantes eran sedentarios y sabían trabajar la obsidiana, el pedernal, el oro, el basalto y el cobre.

Una característica importante de esa cultura es que le daba un valor muy especial a la mujer, pues era considerada símbolo vivo de la fertilidad y además dueña del tiempo debido a sus ciclos menstruales. El acceso es de 62 pesos.

La Campana, Colima


En Colima por su clima, y las pocas lluvias que suelen caer al año, es difícil encontrar asentamientos prehispánicos, sin embargo está el Potrero de la Campana, nombrado así porque antes de la excavación, el cerro parecía una campana por su forma trapezoidal. En él encontramos las famosas tumbas de tiro, lugares donde se depositaban los cuerpos y ricas ofrendas y a los que se accedía por un tiro vertical.

Se localiza entre los ríos Colima y Pereira, lo que a pesar de tener pocas lluvias durante el año, les aseguraba el abasto de agua. Sus plataformas son circulares o cuadrangulares y es posible apreciar un Juego de Pelota e innumerables petroglifos.

Una de las cosas que más llama la atención de la Campana es su red de drenaje y distribución de agua, lo que nos habla de una avanzada ingeniería hidráulica. El acceso a este sitio es de 47 pesos y se localiza al pie del periférico en la ciudad de Colima.

La Ferrería, Durango


Uno de los asentamientos más importantes del Valle del Guadiana fue en La Ferrería Durango, en él se tienen identificadas más de veinte estructuras con funciones religiosas, habitacionales, pirámides, patios, en fin, casi todos los tipos de estructuras prehispánicas se encuentran aquí.

Hay evidencia de observación astronómica, también de un buen conocimiento hidráulico, pues utilizaban canales para evacuar el agua de lluvia. La casa de los Dirigentes, conserva sus desagües originales y está orientada hacia el cerro del Temascal, muy importante para la élite gobernante.

Hay también en el área varias rocas grabadas que nos cuentan historias de la vida cotidiana, escenas de cacería, de rituales de fertilidad asociados con la figura femenina, una representación del nacimiento del sol, entre otras. El acceso a esta zona es de 47 pesos.

Mitla, Oaxaca


Mictlán era el nombre que se le daba en Náhuatl al lugar de los muertos, hispanizado quedó en Mitla, esta ciudad de origen zapoteco y mixteco nos sorprende por la abundante decoración en sus fachadas, hecha de mosaicos de roca caliza que forman grecas, y que podría recordarnos a los motivos decorativos de otras zonas arqueológicas.

Después de la caída de Monte Albán fue el sitio más importante en Oaxaca, contiene cinco conjuntos de arquitectura monumental. También en Mitla los evangelizadores construyeron una iglesia sobre uno de sus palacios principales, así es como vemos sobre esa estructura la iglesia de San Pablo.

Las columnas monolíticas son muy importantes, pues se utilizaban tanto como elementos estructurales y también decorativos. Las piedras de la construcción del templo de San Pablo, fueron obtenidas de la destrucción de otras estructuras y templos prehispánicos. El acceso a Mitla es de 47 pesos.

Tzintzuntzan, Michoacán


Los tarascos fueron un cultura paralela en relevancia a la mexica, la gran diferencia es que los de Michoacán no eran tan bélicos, sin embargo, cuando eran atacados por los tenochcas no tenían reparo en combatirlos y pararlos en seco, infligiéndoles severas derrotas a los más poderosos gobernantes mexicas: Atzayácatl, Ahuizótl y Moctezuma Xocoyotzin.

El dominio de los tarascos se extendía desde el río Lerma hasta el Balsas, ocupando más de 75mil kilómetros cuadrados. La ciudad de Tzintzuntzan tiene una sobriedad y austeridad que contrasta con la ornamentación de los templos que los españoles hicieran construir a los tarascos.

El nombre tiene que ver con el colibrí, un ave de mucha importancia tanto para los mexicas para quienes representaba al dios Huitzilopochtli, como para los tarascos para quienes representaba al dios Tzintzuuquixu. El acceso es de 52 pesos.

Tula, Hidalgo


Un lugar dedicado al comercio, que tuvo influencia por toda Mesoamérica es Tula, ellos controlaban el comercio de la turquesa, y su ocupación comenzó a suceder al mismo tiempo que Teotihuacán empezaba su declive. Los gigantes o atlantes de Tula son esculturas muy altas representando guerreros.

Mientras Quetzalcóatl reinaba esos lugares, los palacios recubiertos de plumas y jade eran comunes, y debido a la fertilidad de sus tierras hasta ahí llegaban comerciantes que traían de otras latitudes el cacao, metales preciosos, pieles de jaguar, jade y cerámica de Chiapas y Guatemala.

El Palacio Quemado y los dos Juegos de Pelota con sus aros decorados con serpientes ondulantes, son estructuras que no te debes perder, y es destacable que los atlantes sostenían un palacio, dando a entender que el ejercicio bélico era el sustento del universo.

Arqueología en México

 La historia de la arqueología mexicana ha sido la de una constante búsqueda de equilibrio entre la necesidad de fortalecer una conciencia histórica, la de conservar y dar a conocer el patrimonio cultural que sustenta esa conciencia, y la de realizar trabajos científicos que permitan un mejor entendimiento de las sociedades antiguas.

Los primeros trabajos


Antes de que la arqueología alcanzara una formalización plena y la categoría de “disciplina científica”, se hicieron en el país, importantes estudios sobre nuestro pasado prehispánico. Uno de ellos es el de José Antonio Alzate, en Xochicalco. Publicado bajo el título de Descripción de las antigüedades de Xochicalco en 1791, el texto es notable por el detalle y agudeza de las observaciones del autor; advierte, por ejemplo, sobre la existencia de terrazas y fosos en el sitio, lo cual lo llevó a ver Xochicalco como una fortificación, idea que sigue vigente y se ha reforzado con los hallazgos de las recientes excavaciones en el sitio. Todo ello, sumado a su preocupación por entender la sociedad responsable de las construcciones que observaba en ruinas, acerca a José Antonio Alzate a la imagen que tenernos del arqueólogo moderno.

Hay que señalar, sin embargo, que la Descripción de las antigüedades de Xochicalco es también, en gran medida, un texto reivindicatorio. Escrito en un momento en que la lucha independentista en México requería una ideología propia, el texto de Alzate realza la monumentalidad y belleza de Xochicalco y llama la atención sobre el conocimiento y organización social que sus obras implicaban a fin de rebatir a quienes

veían los pueblos americanos como atrasados y débiles, pueblos que requerían el encauzamiento y protección de los países, más desarrollados, pueblos, en fin, sin historia.

¿Quiénes eran los hombres de esa antigua patria? Cecilio Robelo, quien a principios de este siglo fuera director del Museo Nacional de Etnografía, Historia y Arqueología de la ciudad de México, contestaba la pregunta en un artículo publicado en 1888 en la revista morelense La Semana: “... y en la falda de uno [de los cerros alrededor de Xochicalco] está situado el humilde pueblo de Tetlama, cuyos moradores son acaso los últimos y degenerados vástagos de la poderosa raza que hace siglos dominaba soberana en aquella comarca” (Robelo, en Peñafiel, 1890). Eran gente de una “raza perdida”. No era la primera vez que se recurría a esta idea para apropiarse de un pasado glorioso sin dar crédito a los indígenas vivientes. Igual sucedió, por ejemplo, con los restos monumentales del sureste norteamericano a propósito del movimiento de independencia de la colonia inglesa en Norteamérica a finales del mismo siglo XVIII.

Trabajos similares al de Alzate se dieron en otras partes de México: Antonio de León y Gama publicó en 1792 un espléndido análisis iconográfico de dos de los monolitos más importantes de la escultura mexica. Uno de ellos, la Piedra del Sol, fue colocado para su exhibición (y satisfacción de quienes sostenían la existencia de un gran pasado, comparable al de las naciones europeas) en la base de la torre poniente de la catedral de México; el otro, la Coatlicue, horrorosa para quienes tomaban como patrón de referencia el arte figurativo europeo, fue vuelta a enterrar, quizás, como lo ha hecho notar Eduardo Matos ( 1992), no tanto para evitar la vergüenza que producía su “fealdad” cuanto para impedir la proliferación de un culto a las divinidades del pasado.

Pocos años antes, en lo que hoy día es territorio mexicano, se llevó a cabo el primer estudio dirigido explícitamente a establecer el origen, forma de vida y desaparición de los habitantes de una ciudad prehispánica. Los trabajos se hicieron en Palenque, sitio arqueológico que, en aquella época, en 1785, estaba bajo jurisdicción de la Audiencia de Guatemala. Las exploraciones fueron encargadas por el presidente de esa audiencia a Antonio Bernasconi, un prestigiado arquitecto que trabajaba en el proyecto de fundación de la nueva capital de Guatemala. Aunque los resultados logrados en las investigaciones se quedaron muy cortos en cuanto a responder las preguntas que las originaron, el hecho de haber sido motivadas -muy en el espíritu ilustrado de la época- por el deseo de conocer el pasado, por el valor que ese conocimiento pudiera encerrar, iguala esos trabajos, en lo que se refiere a los objetivos, con los de los arqueólogos modernos más avanzados.

La preocupación por fijar el pasado prehispánico como parte de una herencia universal, es decir, de inscribirlo en el proceso civilizador del que sus mejores exponentes eran, supuestamente, los países económicamente más avanzados, fue la responsable del desarrollo de algunos de los proyectos arqueológicos de mayor envergadura durante el porfiriato. Fueron muchas las exploraciones que se hicieron en esa época: entre ellas destacan, por supuesto, las de Leopoldo Batres en Mitla, Monte Albán, Xochicalco y, sobre lodo, las de Teotihuacan, en especial las realizadas en la Pirámide del Sol. Estas últimas, impulsadas en una gran medida por el deseo de conocer los materiales y técnicas empleados en su construcción a fin de compararlos con los de monumentos de otras partes del mundo, fueron llevadas a cabo como parte de los festejos del centenario del movimiento de independencia de México. Los resultados fueron presentados con ocasión del Congreso de Americanistas que se realizó en México en 1910.

Debe señalarse, sin embargo, el que, a todo lo largo del porfiriato, la idea de un gran pasado prehispánico estuvo siempre acompañada de un rechazo a las culturas de los pueblos indígenas contemporáneos; no sólo la burocracia sino los propios antropólogos del momento consideraban esas culturas -en especial sus lenguas- como un verdadero impedimento para la modernización del país.

El cambio de actitud sólo comenzó a darse a la llegada de la Revolución Mexicana, transformación social que propició la llegada de la segunda etapa de la arqueología en México.

lunes, 19 de noviembre de 2018

Arqueologia Colombiana

Hace ya algunos años, Gnecco apuntaba que “para todo propósito práctico, la historia de la arqueología (y de la antropología en general) comienza en Colombia con la invasión alemana de Francia” (1995b, 10). Ironizaba sobre los orígenes de una “arqueología colombiana”, enfatizando un acontecimiento histórico que había llevado al francés Paul Rivet, fundador del Instituto Etnológico Nacional, a refugiarse de los nazis en Colombia. Este tono irónico era posible dada la existencia previa de dos visiones del devenir de la arqueología, que podrían considerarse como pertenecientes a dos regímenes históricos y espaciales diferentes: una centrada en el reconocimiento de una tradición local que hundía sus raíces en el siglo XIX y otra que concedía a determinados investigadores extranjeros el haber fungido como pioneros de la arqueología en un país en el cual dicha práctica era inexistente o precaria. Se trata de apreciaciones ligadas a distintas maneras de valorar la demarcación entre ciencia y no-ciencia en su relación con la diferencia entre lo local y lo internacional. La imagen de una “arqueología colombiana” comienza a ser edificada ya desde finales del siglo XIX por algunos anticuarios locales como Restrepo, quien indicaba: “Nosotros solo pretendemos poner una piedra más al monumento de arqueología nacional que principiaron a levantar el padre Duquesne con sus estudios sobre numeración y medida del tiempo entre los chibchas y el doctor Zerda con su muy interesante publicación de El Dorado” (1892, vi, énfasis añadido). Tres décadas más tarde, este “monumento” contaría ya con sólidos cimientos, a juzgar por lo que anotaba Posada (1923) en su texto Arqueología colombiana: este no era un campo nuevo en el país, sino que tenía claros antecedentes en los trabajos efectuados por los anticuarios y coleccionistas neogranadinos del siglo XIX, labor continuada durante las dos primeras décadas del siglo XX, con activa participación de la Academia Colombiana de Historia. Ya para mediados del siglo XX, Duque ofrecía una historia de la arqueología colombiana que consideraba a los anticuarios locales como “los verdaderos precursores de la investigación científica” (1955, 27; 1965, 83). Entre ellos se destacaban Domingo Duquesne, Joaquín Acosta, Ezequiel Uricoechea, Liborio Zerda, Andrés Posada, Manuel Uribe, Vicente Restrepo, Ernesto Restrepo, Jorge Isaacs, Carlos Cuervo, Miguel Triana y Gerardo Arrubla. Acompañaba esta consagración de los pioneros colombianos un recuento pormenorizado de las actuaciones del Estado en pro de la protección y exhibición de los monumentos arqueológicos mediante la expedición de normas y la creación de museos y parques, así como el establecimiento de instituciones para la formación profesional y el fomento de la investigación. Narraciones semejantes se elaboraron hasta finales del siglo XX. Burcher (1985) no solo destacó la figura de los anticuarios en su trabajo sobre las “raíces de la arqueología en Colombia”, sino que incluyó a los cronistas españoles y criollos de los siglos XVI al XVIII. Por su parte, Londoño (1989) se enfocó en las colecciones conformadas por los “precursores de la arqueología colombiana”, en un texto conmemorativo de los cincuenta años del Museo del Oro de Bogotá. Esta forma de historización no rechazaba de plano los aportes efectuados por extranjeros, como tampoco la necesidad de interactuar con científicos de otros países. Pero con su tono nacional, fundacional y acumulativo, contribuyó a la edificación y legitimación de una imagen de la arqueología como un campo de saber esencialmente ligado a prohombres con sentido patriótico y a la creación de unas instituciones estatales: la Academia Colombiana de Historia, el Museo Nacional, el Servicio Arqueológico Nacional, el Instituto Etnológico Nacional, el Instituto Colombiano de Antropología, el Museo del Oro del Banco de la República, la Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales y los departamentos de antropología de varias universidades del país, casi todas ellas de carácter públ Carlo Emilio Piazzini Suárez Más radical, Schottelius señalaba que la investigación arqueológica científica, con aplicación de métodos estratigráficos, era “en extremo deficiente” en el país. Para él, “sin excavaciones sistemáticas no se hace verdadera arqueología” (1946, 211), lo que solamente habrían logrado un puñado de investigadores extranjeros como Gustav Bolinder, José Pérez de Barradas, Georg Bürg y él mismo, mientras que en el listado solo aparece un colombiano: Gregorio Hernández de Alba, cuyas destrezas arqueológicas, por cierto, habían sido adquiridas en el extranjero. Algo semejante indicaba Bennett, para quien “no es posible ofrecer una visión total, descriptiva o cronológica del panorama arqueológico colombiano, hasta tanto no se hayan desarrollado muchas más excavaciones científicamente controladas” (1944, 17). De lo efectuado hasta ese momento, concedía crédito científico a los trabajos de Alden Mason, Gregory Mason, Victor Oppenheim, Theodor Preuss, José Pérez de Barradas, Walde-Waldegg, Georg Burg, Irving Goldman, Henry Wassen, Gustav Bolinder, Justus Schottelius y Gregorio Hernández de Alba. Curiosamente, incluía también a Luis Arango Cano (1924), un guaquero letrado a quien se le concedía haber “intentado ofrecer descripciones profesionales” (Bennett 1944, 18). Tres décadas después, Reichel-Dolmatoff señalaba que “desafortunadamente se carece aún de investigaciones sistemáticas en extensas zonas del país, y sobre muchos periodos y etapas culturales no se dispone sino de escasísimos datos” ([1979] 1984, 34). Y aunque reconocía abiertamente el aporte efectuado por los anticuarios locales, no dudaba en afirmar que se trataba entonces de “especulaciones”. Fijaba el inicio de las investigaciones “sistemáticas” en 1913, con los trabajos de Theodor Preuss en San Agustín, y percibía un cambio fundamental en los años cuarenta al efectuarse “la introducción a la arqueología de una visión esencialmente antropológica (y no estética selectiva, y mucho menos aún chauvinista)” (Reichel-Dolmatoff [1986] 1997, 4). Estas apreciaciones escépticas de la existencia de una tradición local de estudios arqueológicos eran planteadas a la luz de una concepción moderna, sistemática y científica de la arqueología, cuyo progreso dependía fundamentalmente de la obtención de más datos y mejores modelos metodológicos y explicativos, lo que hacía prácticamente imposible o cuando menos superfluo hablar de una “arqueología colombiana”. Al compararse con los avances efectuados en los centros paradigmáticos de la ciencia arqueológica establecidos en Europa y Norteamérica, lo hecho en el país resultaba precario y atrasado. Con similares argumentos, desde finales de la década de 1980 se comenzó a construir la imagen depreciada de lo que habría sido hasta entonces una “arqueología tradicional” colombiana, de corte descriptivo y poco interesada por la Historiografía de la arqueología en Colombia. Así, por ejemplo, Llanos (1987) la calificaba de empirista e inductiva y proponía la necesidad de adoptar modelos hipotético-deductivos y un concepto sistémico de cultura. Y Cárdenas se quejaba de una “curiosa mezcla de inductivismo arqueológico con deductivismo etnohistórico”, que debía cancelarse en favor de soluciones semejantes a las anotadas por Llanos (Cárdenas 1987, 159). Coincidían estos autores, tanto en el diagnóstico del problema como en su solución, con lo establecido por teóricos de la “nueva arqueología” desde la década de 1960 en su crítica a la arqueología tradicional anglosajona (Binford 1962; Watson, LeBlanc y Redman 1974). En la siguiente década, a la imagen de una “arqueología tradicional” se sumaron otros rasgos que completaban el cuadro de argumentos críticos ya ofrecidos por la nueva arqueología: había sido una disciplina regida por un modelo histórico-cultural y el empleo de un concepto normativo de cultura, en la cual había predominado la investigación de sitios aislados y el afán por compilar y describir datos; una arqueología con desinterés por la teoría y desconfianza en su capacidad interpretativa, cuya explicación de las continuidades y discontinuidades espacio temporales del registro arqueológico se limitaba a la ocurrencia de migraciones, difusiones y catástrofes (Gnecco 1995b; Jaramillo y Oyuela 1994; Langebaek 1996; Mora, Flórez y Patiño 1997). Estas críticas indicaban apenas algunas situaciones específicas del caso colombiano, que en todo caso venían a ser deficiencias. Por ejemplo, que a diferencia de la arqueología histórico-cultural norteamericana, la reconstrucción de los modos de vida de las culturas arqueológicas habría sido un ejercicio emprendido tardíamente (Langebaek 1996, 16). También, que el tratamiento de las tipologías había enfatizado un ordenamiento espacial de las “culturas”, por lo que había quedado en segundo plano su ordenamiento cronológico (Mora, Flórez y Patiño 1997, 14). Finalmente, que la sistematización espaciotemporal de los datos no habría alcanzado los niveles de países vecinos, lo que implicaría una doble labor en el futuro: el establecimiento de secuencias cronológicas regionales y su interpretación en términos procesuales (Gnecco 1995a, 13, 17). Como se ha apuntado en otra parte (Piazzini 2003b, 307), en estos términos la historia de la arqueología en Colombia se ofrecía como el desarrollo mimético e imperfecto de lo ya alcanzado en otras latitudes, y su singularidad estaba referida al carácter de un proyecto inconcluso y atrasado: falta de cumplimiento cabal de los objetivos de la agenda histórico-cultural y mora en la introducción de teorías y métodos asimilables a la arqueología procesual norteamericana. De tal forma, la arqueología local no solo estaba destinada a cumplir con programas de investigación formulados en la primera mitad del siglo XX, sino que también debía seguir Carlo Emilio Piazzini Suárez, los procesos de sustitución de paradigmas efectuados en la arqueología anglosajona durante los últimos cuarenta años, y además emplear argumentos críticos semejantes. Como puede verse, los creadores de la imagen execrable de una “arqueología tradicional” colombiana compartían varios elementos críticos con aquellos que, en su momento, habían puesto en duda la existencia de una “arqueología colombiana”. No obstante, en algunos casos la novedad consistía en sumar una crítica política (Gnecco 1995b). Cabe anotar que, ya en años anteriores, enfoques afines a una sociología y una historia social de la ciencia habían comenzado a alimentar la historización de la antropología en Colombia (por ejemplo Arocha y Friedemann 1984a; Uribe 1980a, 282, 1980b, 22), y que en ocasiones la subdisciplina arqueológica era criticada por ser un ejercicio meramente académico alejado de la realidad, enfocado en un pasado remoto y pretendidamente neutral frente la realidad de los procesos políticos y sociales contemporáneos (Uribe 1980a, 303)5. El tono crítico de lo que se vendría a denominar una “historia social” de la arqueología en Colombia está presente en una parte importante de la literatura producida en las dos últimas décadas, pero cabe anotar que no se trata de una tendencia dominante. Coexisten en tensión imágenes parcial o totalmente disonantes con la idea de la ciencia como una práctica determinada por factores económicos, políticos y culturales, incluyendo aquellas que mantienen una postura convencional del devenir de la arqueología como una empresa científica cuyo progreso depende en lo fundamental de aspectos teórico-metodológicos y de la producción de nuevos datos. Sintomático de esta tensión resulta lo anotado por Herrera, quien a principios del siglo XXI lamentaba que, en medio del conflicto interno y la consecuente inseguridad que representaba hacer trabajo de campo en el país, muchos de los que se venían desempeñando en la arqueología hubiesen tenido que irse, otros fueran absorbidos por labores burocráticas, mientras que otros habían dirigido sus “raquíticas energías a críticas bastante estériles sobre lo que se ha logrado desde la década de 1950” (2001, 368). En todo caso, hasta finales del siglo XX el Estado nacional seguía siendo la entidad espacial de referencia en la estructuración de las narrativas sobre la 5 Dado el esquema de formación profesional implementado en Colombia (Rivet 1943), en varios ejercicios sobre historia de la antropología se ha incluido a la arqueología como una subdisciplina (Arocha y Friedemann 1984b; Correa 2006; Duque 1971; H. García 2008, 2010; Langebaek 2000; Pineda Camacho 2004; Pineda Giraldo 2000; Uribe 2005). Predomina en ellos el tratamiento de aspectos institucionales y de la formación profesional correspondientes al periodo 1940-1980, y lo acontecido en años posteriores es poco tratado (véase el dossier de la Revista Colombiana de Antropología 43, 2007). Es posible que ello se relacione con la diferencia entre antropología social y arqueología que en las últimas décadas se observa en los programas académicos, sintomática de la crisis del modelo inicial de una “antropología total”. Historiografía de la arqueología en Colombia de antropología historia de la arqueología, tanto para validar el camino recorrido como para criticarlo. Aparte de la figura pintoresca de viajeros e investigadores extranjeros, de colecciones colombianas afuera del país y de la sombra proyectada localmente por la deferencia hacia modelos de la arqueología europea y norteamericana, no se desarrollaron análisis comparados con otras trayectorias de la arqueología y no se examinaron críticamente las importaciones, apropiaciones o resignificaciones teóricas y metodológicas provenientes de los centros académicos metropolitanos. 

Arqueología en España

El interés por el conocimiento e interpretación del pasado, fundamentalmente las grandes civilizaciones clásicas, Grecia y Roma, se produce, a partir del siglo XVI, como consecuencia de los ideales del Renacimiento europeo. Entre los siglos XVI y XVII se asiste en España a un interés creciente por el estudio de los restos del pasado, que se traduce en un desarrollo del coleccionismo y estudio de determinados vestigios de la Antigüedad.
Sin embargo, el punto de arranque de la arqueología en España hay que situarlo, al igual que sucede en el resto de Europa, en el siglo XVIII. En esta época se producirá la convergencia entre la tradición de Coleccionismo y Anticuarismo, como un método de conocimiento del pasado, y el impacto y renovación que para ésta va a suponer todo el proceso de renovación intelectual e ideológica protagonizado por la Ilustración. La arqueología en España va a estar definida por la existencia de dos focos que la potenciarán, la monarquía y las diferentes Academias y Sociedades que se van creando como consecuencia de los ideales ilustrados.
Para la monarquía la documentación de carácter arqueológico -fundamentalmente inscripciones, monedas, monumentos- constituyó una fuente importante a la hora de ampliar su prestigio, defender sus privilegios, en este caso frente a la Iglesia, y en definitiva de legitimarse, dado el carácter de nueva dinastía que definía a los Borbones, integrándose plenamente en la historia del país.
La creación en 1737 de la Real Academia de la Historia, que a partir de entonces controlará el estudio de las antigüedades, así como de otras Academias y de las Sociedades de Amigos del País, todos ellos proyectos de la época ilustrada con referentes en otros países europeos, supondrá un gran avance para el conocimiento del pasado considerado de capital importancia a la hora de construir la historia nacional. Se fomentan en este período las excavaciones en conjuntos notables -Mérida, Itálica, Segóbriga, Numancia, Sagunto...-, como una forma de recuperar monumentos y materiales, estatuas, inscripciones, monedas. Junto al interés por las antigüedades romanas, se desarrolla un interés creciente por las antigüedades árabes iniciándose el estudio de los monumentos de Córdoba y Granada.
El siglo XIX y sus ideales, marcados por la Revolución Francesa, el ascenso de la burguesía, y la consolidación de la Nación-Estado y del nacionalismo, producirán un cambio en la arqueología. El estudio de la antigüedad se enfocará a legitimar la existencia de las naciones, ampliando la base social de su análisis que pasa a interesarse por la investigación de un sujeto colectivo representante de la nación. Esta influencia de las ideales de la burguesía va a ser determinante en la estructura de la arqueología española del siglo XIX, ya que producirá su progresiva profesionalización. Ésta se llevará a cabo a través de la reforma de la Real Academia de la Historia, así como por la creación de la Escuela Superior de Diplomática en 1856, destinada a formar al Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios, y de una serie de museos entre los que destaca el Museo Arqueológico Nacional creado en 1868. Esta profesionalización tendrá como consecuencia la aparición del citado cuerpo de funcionarios cuya competencia será la recuperación y salvaguarda del patrimonio de la nación. Como consecuencia de la necesidad de aplicar el marco legal de protección de las antigüedades, cuya primera norma legal data de principios de siglo, se crean en 1844 las Comisiones de Monumentos Históricos y Artísticos. En el período liberal se asistirá al nacimiento de numerosas asociaciones como la Sociedad Arqueológica en 1840, la Academia Española de Arqueología y Geografía en 1844, junto con otras entidades de carácter más interdisciplinar, que también jugarán un importante papel en la difusión del conocimiento del pasado, como es el caso del Ateneo de Madrid.
El concepto y definición de la arqueología en el siglo XIX, influido por la tradición anticuaria y artística procedente de la Ilustración, venía a designar "la ciencia que se ocupaba del conocimiento detallado de los monumentos y objetos antiguos". Por monumentos y objetos antiguos se entendía todos aquellos pertenecientes, fundamentalmente, a la cultura clásica, y a los pueblos relacionados directamente con ella, así como a la cultura medieval. A diferencia de lo que estaba sucediendo ya en esa época en la Europa septentrional, en España, al igual que en el resto de la Europa meridional, la Prehistoria queda excluida del campo de estudio del pasado histórico al considerarse los testimonios ofrecidos por ésta de escasa entidad artística. Por tanto, en este período el estudio de la prehistoria será competencia de investigadores procedentes del campo de las ciencias naturales, geología, biología, etnografía, no entrando a formar parte de la competencia de los historiadores hasta el siglo XX.
El siglo XX se inicia para la arqueología en España con un proceso de institucionalización universitaria. Se suprime la Escuela Superior de Diplomática en 1900 y se trasvasa a todo el profesorado y alumnado a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Madrid, donde se crea la cátedra de arqueología. Estos años, hasta la proclamación de la II República, van a ser de gran actividad para la consolidación de las actividades arqueológicas. Se crearán nuevas cátedras universitarias, la arqueología se alejará del campo de la historia del arte y la influencia de la metodología de investigación prehistórica contribuirá de forma importante en la renovación de la disciplina.
En este período se produce la regulación del marco legal con la Ley de Excavaciones y Antigüedades de 1911 y la creación, en 1912, de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades como organismo competente en materia de investigación y conservación del patrimonio arqueológico. Asimismo, y como consecuencia de los procesos de identificación nacional que se producen en diferentes territorios, se crearán instituciones destinadas a fomentar el estudio del pasado partiendo de la consideración de dichos territorios como naciones. En Cataluña, como consecuencia de la autonomía plasmada en la Mancomunidad, se crea en 1915 el Servei de Investigacions Arqueològiques del Institut de Estudis Catalans, que ampliará sus competencias con el establecimiento de la Generalitat durante la II República. La Escuela Catalana de Arqueología, fundada igualmente en esa época, tendrá una gran influencia en el desarrollo de la disciplina tanto en Cataluña como en el resto de España. Dentro de este proceso se crea la Eusko Ikaskuntza (Sociedad de Estudios Vascos) relacionada con la investigación arqueológica que se desarrollará en el País Vasco.
Será fundamental para el desarrollo de la arqueología la estancia en el extranjero de investigadores becados por la Junta de Ampliación de Estudios. Este organismo, trascendental en el avance científico español de ese período, creará en 1912 la Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas, donde se reunirán eruditos procedentes del campo de la arqueología y la prehistoria, con miembros de la Institución Libre de Enseñanza, y reconocidos investigadores extranjeros. La labor de estas dos instituciones sentará las bases del desarrollo científico y de la profesionalización de la arqueología española.
Durante la II República prosigue el proceso de profesionalización de la arqueología. En este período se promulgará en 1933 la Ley sobre Defensa, conservación y acrecentamiento del Patrimonio Histórico-Artístico Nacional, que supondrá un avance significativo en este terreno, sustituyendo la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades por la Sección de Excavaciones de la Junta Superior del Tesoro Artístico dependiente del Ministerio de Instrucción Pública. Esta ley establecerá el marco legal para la descentralización de la gestión del patrimonio, que en Cataluña posibilitará la promulgación de dos leyes en 1934 competentes en esta materia.
La imposición del régimen franquista tras la victoria en la guerra civil afectará de forma importante a la arqueología, tanto desde la perspectiva de la investigación como de la organización. La centralización administrativa impuesta por el nuevo régimen supondrá la desaparición de instituciones autonómicas y regionales que hasta ese momento habían asumido competencias en arqueología. Se creará la Comisaría General de Excavaciones Arqueológicas, con una estructura de delegaciones provinciales y locales como organismo centralizador de esta actividad. En esta época la arqueología servirá al régimen proporcionándole argumentos que justifican, a través de su visión de la Historia nacional, su propia existencia. Se producirá un estancamiento teórico y una disminución de los contactos con el extranjero, quedando la arqueología española al margen de la renovación que comienza a efectuarse a partir de los años 60. Los únicos cambios se apreciarán a principios de la década de los 70 como consecuencia de la introducción de nuevas técnicas de datación y análisis, sin que el proceso de renovación teórica que se observa en otros ámbitos de la investigación histórica española afecte a la arqueología.
La llegada y consolidación de la democracia en España supondrá para la arqueología un período de reactivación, expansión y mayor presencia social. La transformación política provocará un cambio radical en la administración del patrimonio, con una estructura descentralizada competencia de las diferentes Comunidades Autónomas. La Constitución española de 1978 reconoce la competencia exclusiva del Estado en los aspectos referentes a la defensa del Patrimonio, así como la asunción de las competencias relativas a éste por parte de las Comunidades Autónomas.
Por tanto, en la actualidad, el Patrimonio Arqueológico en España es competencia de las diferentes Comunidades Autónomas que son las que regulan todo lo relativo a su investigación, protección, restauración y divulgación, a través de los diferentes organismos de gestión -departamentos de arqueología, museos, institutos de patrimonio, parques arqueológicos...- que han creado a tal efecto. La Administración Local también participa a través de otra serie de organismos propios -servicios arqueológicos y museos, municipales o provinciales -en los aspectos relativos a la investigación y tutela del patrimonio arqueológico.
La Administración Central tiene igualmente un papel en la investigación y conservación del patrimonio arqueológico, a pesar de no tener competencias directas sobre él, excepto en el caso del patrimonio arqueológico submarino, materializado a través de la colaboración de sus organismos competentes con las diferentes Comunidades Autónomas.
Junto al papel que juegan las diferentes administraciones en materia de competencias sobre el Patrimonio arqueológico, hay otra serie de instituciones y organismos directamente implicados en la investigación, conservación y divulgación de éste, como son las Universidades, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Fundaciones, etc.
De las Universidades procede una parte de los especialistas destinados a investigar y conservar el patrimonio arqueológico. Éstos están adscritos a los diferentes departamentos de Arqueología, Historia, Prehistoria, Paleontología, Antropología, y junto a ellos colaboran especialistas que, procedentes de otras áreas de especialización -geólogos, geógrafos, biólogos, químicos, antropólogos, arquitectos, restauradores, etc.-, reflejan el carácter interdisciplinar de la investigación arqueológica en la actualidad.
Un dato de especial relevancia en la configuración de la arqueología, a partir de la década de los 80, es el ejercicio de la profesión a cargo de arqueólogos organizados en empresas. Esta arqueología, asociada generalmente a los procesos de renovación y crecimiento urbano, o a la realización de grandes infraestructuras, ha posibilitado no sólo una inserción laboral de numerosos profesionales, sino la participación de éstos en el proceso de gestión del patrimonio.
En estos últimos años la expansión y desarrollo de la arqueología en España ha supuesto la apertura de ésta. Como consecuencia se asiste a una mayor presencia internacional, a través de la participación en proyectos con equipos de otros países, o en el debate sobre la renovación teórica de la disciplina. Asimismo, se ha iniciado un proceso de mayor integración dentro de la sociedad, acometiendo iniciativas, ya no sólo de investigación y conservación, sino de divulgación didáctica y puesta en valor del patrimonio, otorgándole una función en la vida colectiva.

Antropología arqueológica

Rama de la antropología que estudia, combinando los métodos y técnicas de esta ciencia con los de la arqueología, el comportamiento y el sistema sociocultural de los grupos humanos en el pasado.

Entre los antropólogos evolucionistas del siglo XIX estuvo firmemente arraigada la idea de que había una estrecha relación entre la etnología (rama de la antropología que debía estudiar la cultura de los pueblos "primitivos" contemporáneos), y la arqueología (ciencia que debía especializarse en el estudio de la cultura de los pueblos prehistóricos ya desaparecidos). Pero con el desarrollo de las nuevas escuelas antropológicas del siglo XX, la cuestión fue tornándose crecientemente polémica. Mientras que la escuela culturalista heredaba, con matices, la concepción evolucionista y seguía combinando los métodos y objetivos de ambas ciencias, otras corrientes, como la funcionalista británica, rechazaron de manera tajante los métodos arqueológicos e historicistas como operativos en el campo antropológico.

Sin embargo, a partir de las décadas de 1940 y 1950, se produjo en Estados Unidos un profundo replanteamiento de la cuestión, que llevó a Gordon R. Willey y a Philip Phillips a proclamar, a partir de 1953, que "la arqueología americana es antropología o no es nada". Años antes, en 1948, Walter W. Taylor, en A Study of Archaeology (Un estudio de arqueología), había abierto el camino a esta concepción, en la que profundizarían después un célebre artículo de Lewis R. Binford titulado Archaeology as Anthropology (La arqueología como antropología) publicado en 1962, y diversos estudios fundamentales de Watson, LeBlanc y Redman (1971), Paul S. Martin (1971), Gordon R. Willey y J. Sabloff (1974), entre otros.

En Europa, la situación se desarrolló por cauces muy diferentes. Tras intentos sumamente originales, pero conceptualmente débiles, de conciliar la antropología evolucionista con la arqueología y el pensamiento cristiano, como fue el impulsado por el francés Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955), comenzaron a proliferar, en el dominio germano-austríaco (Menghin) y en el británico (Crawford, Piggot, Zeuner), profundas y muy desarrolladas teorías arqueológicas con objetivos mucho más pre-historicistas que antropológicos. Este tipo de concepciones generaron un profundo desarrollo técnico y una extraordinaria especialización (con sus ventajas y sus inconvenientes) de la ciencia arqueológica.

Una orientación sumamente original y renovadora, nacida también en Gran Bretaña, fue la del prehistoriador de origen australiano Vere Gordon Childe (1892-1957), cuyo ideario marxista condujo a la teoría de que tanto la arqueología como la antropología no eran otra cosa que historia. Sus teorías, expuestas en títulos como The Aryans (Los arios) (1926), The Danube in Prehistory (El Danubio durante la prehistoria) (1929), What happened in History (Lo que ha sucedido en la historia) (1942), Prehistoric Migrations in Europe (Migraciones prehistóricas en Europa) (1950), New light on the most ancient East(Nueva luz sobre el más antiguo Oriente) (1954) y The Dawn of American civilization (La aurora de la civilización europea) (1957), fueron extraordinariamente influyentes en sucesivas generaciones y escuelas de arqueólogos, y condicionaron el método y los objetivos de la llamada "nueva arqueología" o "arqueología social", que podría englobar teorías muy diferentes entre sí, como las neomarxistas de Bartra y Godelier, el materialismo cultural de Marvin Harris o la llamada "arqueología social latinoamericana", que se ha mostrado muy activa en la recuperación y estudio arqueológicos de las culturas tradicionales amerindias. Aunque la actitud hacia la antropología de escuelas tan heterogéneas no fue uniforme, la mayoría de ellas se caracterizaron por defender que la arqueología, más que a la órbita de la antropología, pertenecía a la órbita de la historia.

Las duras y sólidas críticas que K. Flannery y C. Morgan realizaron de la "nueva arqueología" o "arqueología social" tuvieron continuidad en las que estos mismos recibieron de investigadores posteriores, y dan idea de un panorama actual complejísimo en que afloran constantemente nuevas perspectivas y propuestas sustentadas no sólo por especialistas individuales, sino incluso por escuelas perfectamente articuladas. Hoy en día puede hablarse de una arqueología espacial, ambiental, ecológica, del paisaje, estructural, simbólica, contextual, feminista, fantástica, posmoderna, etc., así como de una arqueozoología, una arqueobotánica, una etnoarqueología, etc. No todas, pero sí muchas de estas sub-disciplinas, tienen una relación muy estrecha y evidente con la ciencia antropológica. La creciente complejización del concepto de "arqueología", paralela a la que también ha desarrollado el concepto de "antropología", hace que su relación constituya una cuestión, presente o latente, defendida o rechazada, de las más problemáticas pero también de las más enriquecedoras dentro del campo de ambas.

En España, la antropología (sobre todo la antropología física y la material) y la arqueología fueron disciplinas que estuvieron muy relacionadas desde sus mismos inicios hasta hoy en día. La nómina de los antropólogos y etnólogos que se han dedicado también a la investigación arqueológica en nuestro país es impresionante, y da idea de la íntima asociación metodológica y comunicación disciplinar que existe entre ambas ciencias: Antonio Machado y Núñez (1812-1896), Juan Vilanova y Piera (1821-1893), Gregorio Chil y Naranjo (1831-1901), Manuel Almagro de la Vega (1834-1895), Juan Bethencourt Alfonso (1847-1913), Víctor Grau-Bassas (1847-1918), Braulio Vigón (1849-1914), Francesc Camps i Mercadal (1852-1929), Domingo Sánchez Sánchez (1860-1947), Aurelio de Llano Roza de Ampudia (1868-1936), César Morán Bardón (1882-1951), José Miguel de Barandiarán (1889-1991), Juan Uría Ríu (1891-1979), José María Pérez de Barradas (1897-1981), Elías Serra Ráfols (1898-1972), Luis Pericot García (1899-1978), Fermín Bouza-Brey (1901-1973), Xosé Filgueira Valverde (1906-1995), Xaquín Lourenzo Fernández (1907-1989), Jesús Taboada Chivite (1907-1976), Manuel Ballesteros Gaibrois (1911), Julián San Valero (1913), Pedro Armillas García (1914-1984), Julio Caro Baroja (1914-1995), Pedro Carrasco Pizana (1921), August Panyella Gómez (1921), José Alcina Franch (1922), etc. Además, también han realizado investigaciones en nuestro país especialistas extranjeros célebres por su interdisciplinariedad en los campos de la antropología y la arqueología. Entre ellos figuraron René Verneau (1852-1938), Hugo Obermaier (1877-1946) y Eugeniusz Frankowski (1884-1962).

Arqueología en el arte

Todos echamos la vista atrás en algún momento, ya sea por curiosidad, admiración, nostalgia… Esta reminiscencia por la antigüedad y sus restos materiales ganaron gran interés a fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX, durante el denominado Romanticismo, movimiento cultural que se desarrolló en Europa como contraposición y complemento al Neoclasicismo.
Mientras que el segundo aspiraba a restaurar el gusto por las normas del clasicismo grecorromano y la pintura académica, el primero tenía carácter peyorativo por exaltar al individuo, la libertad creativa, la fantasía y lo ilusorio, los sentimientos, la intuición y las pasiones. Pero este romanticismo no surge solamente como reacción a lo clásico, sino que es resultado de los devenires y nuevos planteamientos que se van dando en esta etapa histórica, entre los que se pueden destacar el triunfo de la Revolución Francesa y llegada de Napoleón al gobierno, las ideas que este cambio de poder trajo consigo, los primeros pasos de la Revolución Industrial y la publicación del Manifiesto Comunista de Marx, entre otros.
A finales del siglo XVII, Richard Lassels escribió: “Solo quien ha cumplido el Grand Tour de Francia y el viaje a Italia puede entender a César y Livio”. La expresión Grand Tour se difundió rápidamente por toda Europa entre los círculos aristocráticos e intelectuales, pues hacía referencia al viaje necesario para completar la formación cultural que se sumaría a los estudios humanísticos ya obtenidos. Así, gracias a esas ansias de enriquecimiento cultural y a los grandes descubrimientos arqueológicos que tuvieron lugar, ese recorrido por Europa se fue ampliando, añadiendo sobre todo más ciudades italianas como Nápoles, las ruinas de Paestum y Sicilia.
Junto al nuevo gusto por viajar, comenzó la moda de llevarse un recuerdo de las ciudades visitadas o como hoy lo llamamos, hacerse con un souvenir. Los objetos más demandados eran retratos y vistas de lugares famosos en óleo, dibujo o grabado, lo que contribuyó al nacimiento de un mercado que daría muy buenos resultados, incluso para la circulación de falsificaciones.
Pero dentro de esas vedute o caprichos pueden distinguirse varios tipos: las que eran fruto de la observación de la realidad, otras que nacían únicamente de la imaginación y un tercer tipo llamado veduta ideate, que se basaba en la observación de la realidad pero insertando elementos imaginarios. Así, en 1759 el conde veneciano Algarotti escribió sobre una obra de Canaletto: “Nuevo género de pintura que consiste en elegir un sitio real y adornarlo después con bellos edificios, bien sea tomados de tal y cual lugar, bien sea realmente ideales”. 
Ese gusto por la ruina reflejaba un pasado grandioso y perdido que recupera el memento mori del siglo XVII, es decir, se reanuda la meditación sobre la caducidad del mundo; pero no solo a través de las representaciones de la misma, sino también mediante su inclusión en los retratos, puesto que otorgaba al aquí plasmado de mayor autoridad moral e intelectual. 
Haremos un breve recorrido por la obra de algunos pintores que sirvieron de gran inspiración para los románticos venideros. En algunos se verá el gusto por la emoción devastadora que tendrá un peso inconmensurable en la mayor parte del siglo XIX, mientras que otros tenderán más a una belleza clásica y reglada.
De este modo, como principal artista de la última tendencia mencionada, los retratos, se puede destacar a Pomeo Batoni (1708-1787) que, junto a muchos otros artistas, fue preparando con sus pinturas lo que hoy conocemos como Romanticismo.
Giovanni Paolo Panini (1691-1765). Con gran fama internacional, Panini dedicó parte de su obra a representar los monumentos y la vida de Roma. Dotaba a sus obras de escenografías, logrando bellas vedute ideate.
Bernardo Belloto (1721-1780). Sobrino de Canaletto, pintó sus primeras obras siguiendo el estilo de su tío, pero tras varios viajes, adquirió mayor realismo e independencia.
Robert Adam (1728-1792). Realizó un minucioso estudio arqueológico sobre el palacio de Diocleciano, en Spalato, además de estudiar Pompeya y Herculano.
Hubert Robert (1733-1808). Concluyó su formación en Roma y definió su vocación por la veduta y el paisaje; de Panini, con quien colaboró, heredó el gusto por las ruinas pero creando un ambiente alrededor de las mismas.
Jakob-Philipp Hackert (1737-1807). Entiende el paisaje como un teatro al aire libre con puntos de interés geológico y botánico. Incluye ruinas en sus obras pero sin connotaciones románticas; pinta desde un punto de vista objetivo.

Uno de los pintores que ya anuncia más claramente el conocido Romanticismo es Johan Heinrich Füssli (1741-1825). Su estilo, resultado del estudio del arte antiguo y moderno en Roma, no tuvo variaciones a lo largo de toda su carrera. Su obra ya apuntaba a lo que en el Romanticismo se denominará “sublime”.
Pierre-Henri de Valenciennes (1750-1819). Sus estancias en Roma fueron enriquecedoras: durante éstas se dedicó a representar el mismo escenario en diferentes momentos. Como muchos otros, conoció Nápoles, Sicilia, Stromboli, Pompeya y Paestum.
No obstante, la pasión e interés por el pasado no solo se limitó a lo grecorromano, sino que también, como pasado más reciente, se añadieron edificios góticos derruidos, cuya apariencia darían paso al gusto por lo “pintoresco” y lo “sublime” y aumentando la sensibilidad por estas pinturas. 
Ya dentro del Romanticismo propiamente dicho, dos de los mayores representantes de lo sublime fueron William Turner (1775-1871) y Caspar David Friedich (1774-1840). Este concepto alude a una belleza un tanto diferente a la que solían pintar hasta el momento, dejando a un lado la armonía y perfección. Tomando como base la teoría de Edmund Burke, se encarna en un mismo lienzo lo sublime, nacido como resultado de los sentimientos y pasiones, consecuencia de la unión del miedo y el dolor con el placer. Así, se toman como nuevos escenarios paisajes abruptos, tormentas, acantilados, naufragios y ruinas, ese inevitable paso del tiempo.
Italia fue sin duda el centro de todo el movimiento cultural y artístico de los siglos XVIII y XIX, pero no por ello otros países dejaron de atraer el interés de los artistas. España, debido a su riqueza cultural, también fue foco de algunas representaciones. Así podemos destacar los múltiples retratos, estampas y efigies que se hicieron de algunos de sus escenarios. Artistas como Jenaro Pérez Villaamil (1807-1854) y Cecilio Pizarro (1825-1886), entre otros, dejaron plasmado el paso del tiempo de este país.
El siglo XVIII y parte del XIX es la época en que el amor hacia el estudio del pasado y sus restos materiales comienza a cobrar fuerza. Muestra de estos primeros pasos en lo que hoy llamamos Arqueología. Por fortuna, actualmente se pueden localizar grandes hallazgos como Herculano (1738), Pompeya (1748) -que automáticamente se convirtió en una gran fuente de inspiración al conservar uno de los más ricos ciclos pictóricos de la Antigüedad-, Palmira (1753) y el de la ciudad de Baalbec (1757), logrando de esta manera abrir aún más las fronteras de lo conocido.
En definitiva, durante estos siglos se producen grandes innovaciones que se podrían resumir en la representación de multitud de testimonios que quedaron plasmados en pinturas y el asentamiento de las bases de una ciencia útil e independiente como es la Arqueología, que hoy nos ayuda a entender mejor de dónde venimos y cuál fue y sigue siendo nuestro largo recorrido.

Arqueología en Caracol (Belice)

ARQUEOLOGÍA DE CARACOL El registro arqueológico en Caracol procede de 22 temporadas de trabajo de campo,  incorpora datos obtenidos a lo largo de cinco años por el Proyecto de Desarrollo Turístico (Bawaya 2004), así como de las mencionadas investigaciones anteriores llevadas a cabo por Anderson (1958, 1959), Satterthwaitte (1951, 1954), y Healey y sus colegas (1983). Este conjunto de investigaciones ha descubierto varios restos arqueológicos y ha permitido elaborar un mapa de 23 km2 de extensión en la mencionada ciudad (Figura 1). La arquitectura del epicentro de Caracol consiste en varios espacios arquitectónicos públicos formales, entre los cuales los mayores se han denominado Grupos A y B. El Grupo A es uno de los más antiguos del sitio; incluye grandes templos, todos de fecha temprana, colocados sobre los tres lados de su plaza y una plataforma alargada que sostiene seis estructuras y ocupa su lado oeste. La pirámide situada al oeste y la plataforma este del mencionado grupo fueron levantadas sobre unos restos más antiguos y tomaron la forma de un «Grupo E», un complejo de observación astronómica que fue construido hacia el 70 d.C. El Grupo B, quizás la plaza más importante de Caracol, tuvo la misma antigüedad, alcanzando 35 de sus 41,5 m finales en el Preclásico Tardío; este grupo, denominado Caana, fue posteriormente modificado y pervivió a lo largo de los periodos Clásico Tardío y Clásico Terminal. Otras muchas construcciones del epicentro, tales como la Acrópolis Central y la Acrópolis Sur, estuvieron ocupadas en el Clásico Tardío. Si bien el núcleo de las edificaciones centrales de Caracol sufrió modificaciones y fueron utilizadas durante el periodo Clásico Tardío, en el sector occidental del epicentro abundan los restos de Clásico Terminal, con dataciones posteriores al 790 d.C. Muchas de ellas han visto la luz tras las excavaciones llevadas a cabo en el Barrio del Palacio, el Grupo C y Caana. Las calzadas definen relaciones entre diferentes áreas de Caracol y conectan nudos arquitectónicos con el epicentro; proporcionan asimismo acceso dentro y fuera del epicentro del sitio, y a los mercados de la ciudad en el caso de las calzadas «termini». Los grupos residenciales están distribuidos de manera casi equidistante en los  177 km2 del área nuclear, diseminados dentro de campos de cultivo construidos a propósito. Se estima que existieron en torno a 9.000 grupos de plaza en el sitio; de ellos sólo se ha muestreado un 1,2%. Los grupos residenciales no sólo se localizaron en el interior de los campos de cultivo, sino también en cercanía a los sistemas construidos para el almacenamiento de agua. Se han localizado aproximadamente cinco depósitos de agua por cada 5 km2 del sitio, estando por lo general ubicados en zonas elevadas donde hubo poca probabilidad de contaminación por las escorrentías. A lo largo del periodo Clásico Caracol fue, sin ninguna duda, una comunidad planificada. En el transcurso de las investigaciones del CAP no sólo han registrado construcciones antiguas, sino también restos de más de 250 enterramientos, al menos 200 escondites y numerosos desechos en el lugar. Asimismo se han excavado los derrumbes de la mayoría de las estructuras intervenidas en área, que proporcionaron información funcional y temporal de importancia, particularmente en relación a la ocupación del sitio durante el Clásico Terminal (posterior al 800 d.C.). Las excavaciones evidencian una ocupación en el sitio desde la transición del Preclásico Medio al Preclásico Tardío, aproximadamente desde el 600 a.C., aunque el número de rasgos con restos preclásicos es relativamente limitado, y ello se debe a que estos restos tempranos se encuentran, por lo general, enterrados bajo construcciones posteriores. El acceso a estas construcciones es complicado si no se realiza un gran esfuerzo, dada la tendencia del periodo Clásico a cubrir restos anteriores con un relleno seco difícil de penetrar. No obstante, la población del Preclásico no fue grande, no habiendo superado los 10.000 individuos hacia el 250 d.C. La mayor parte de las excavaciones realizadas en Caracol han proporcionado material del periodo Clásico (250-800 d.C.). El sitio estuvo bien relacionado mediante redes de comercio, y compartió sistemas ideológicos comunes a las Tierras Bajas a lo largo del Clásico Temprano (250-550 d.C.),la población estuvo muy estratificada. Los restos pertenecientes al Clásico Tardío son más numerosos, y así entre 650 y 700 d.C., Caracol alcanzó su mayor población, estimada en unas 115.000 personas, cálculo basado en métodos estándar utilizados en el área maya para reconstruir la demografía (Culbert y Rice 1990). Durante este periodo el sitio también manifiesta su máxima prosperidad (según sugieren los enterramientos y la distribución de utensilios); se caracteriza por una identidad compartida que está particularmente bien expresada en las prácticas funerarias y en la deposición de ofrendas, pero que a la vez es también evidente en la distribución de los artefactos. Esta identidad compartida enmascaró en cierta medida la diferenciación étnica en la ciudad; la evidencia sugiere la existencia de un igualitarismo simbólico (más que real) ; sin embargo, la estratificación fue clara, tal y como indica el uso de una dieta diferencial según los diversos segmentos de población. La ocupación de Clásico Terminal sugiere que la elite de Caracol permaneció en el sitio y mantuvo con éxito las redes de comunicación y las relaciones comerciales con el exterior ; la identidad compartida, sin embargo, se vio minimizada a lo largo de esta etapa y existieron ricos y pobres —así como también un resurgimiento de la dinastía. A lo largo de todos estos periodos, existen materiales que pueden ser comparados con éxito con los textos jeroglíficos y con los restos investigados de otros sitios del Sur de las Tierras Bajas mayas. EL REGISTRO ARQUEOLÓGICO DE CARACOL Antes de que se iniciaran las investigaciones del Proyecto Arqueológico Caracol (CAP), el registro jeroglífico del sitio constaba de 21 estelas, 19 altares y unos pocos textos fragmentarios. Éstos, que habían sido descubiertos por A. Hamilton Anderson y Linton Satterthwaitte, fueron comentados con posterioridad por diferentes epigrafistas (Riese 1972; Sosa y Reents 1980; Stone et al. 1985), y finalmente publicados por Beetz y Satterthwaitte (1981). Las investigaciones del CAP y del TDP han añadido información sustancial a este corpus con 4 nuevas estelas, la parte superior de la Estela 20, 4 nuevos altares tallados, 5 nuevos marcadores de juego de pelota, 4 textos en piedras de bóveda pintadas, otros 4 textos en tumbas, textos de estuco asociados con tres edificios tipo palacio, y textos realizados sobre objetos portátiles. En la actualidad, se conocen 25 estelas y 28 altares tallados (incluyendo los marcadores de juego de pelota); los textos pintados se asocian a un número limitado de tumbas, presumiblemente reales, del Grupo A (Estructura A3), de la Acrópolis Central (Estructura A34), de Caana (Estructuras B19 y B20), y del terminus Machete (Estructura L3). La única piedra de bóveda tallada con textos fue encontrada a 4 km del epicentro del sitio, asociada con una tumba saqueada de la Estructura 6A2 (Grube 2000: 17). Los objetos con escritura incluyen cerámica y cuencos de piedra, así como hueso grabado; estos textos secundarios tienen una distribución más amplia, habiendo sido encontrados fuera del epicentro, y tanto en contextos elitistas como en contextos relativamente humildes. La interpretación actual del registro jeroglífico indica que la dinastía de Caracol fue fundada en el 331 d.C. , mientras que el último monumento del sitio data de 859 d.C. (Houston 1987). Sin embargo, la mayoría de las fechas fueron registradas sobre monumentos de piedra y textos en estuco, y corresponden a los siglos VI y VII (Beetz y Satterthwaite 1981; Grube 1994; Houston 1987, 1991). Existen lagunas en el conocimiento del registro jeroglífico, y los textos sobre el estuco de los edificios y sobre monumentos de piedra a veces se refieren a gente distinta y a una información diferente. La secuencia dinástica que se proyecta a partir de estos textos se rompe y/o se desconoce en determinados momentos. No todas las fechas son contemporáneas, algunas son históricas y otras mitológicas. Sin embargo, se repiten un buen número de fechas y eventos —y no sólo en Caracol—, reafirmando potencialmente su validez. Estas fechas sitúan eventos específicamente relacionados con la derrota de Naranjo, Guatemala, en el curso de un periodo de guerra que se dilató por diez años (626-636 d.C.). Las fechas claves en la historia de Caracol también incluyen al año 562 d.C., registrado en el Altar 21 como una exitosa guerra de estrellas contra Tikal.

RECONSTRUCCIÓN DE LA HISTORIA Y DE LA ARQUEOLOGÍA DE CARACOL, BELICE

La evidencia más temprana de la ocupación de Caracol procede en exclusiva del registro arqueológico. Si bien ciertas partes de la ciudad fueron ocupadas hacia el 600 a.C., no hay evidencia de población abundante hasta el periodo Preclásico Tardío (300 a.C.–250 d.C.), cuando la construcción y la ocupación están asociadas con arquitectura monumental y con montículos domésticos. El asentamiento de Preclásico Tardío en el área de Caracol incluyó diversos sitios separados entre sí. Existieron varios centros menores localizados en un área de 8 km, a la que nos referimos como Caracol epicentral , incluyendo el sitio de Cahal Pichik (Thompson 1931). Las investigaciones sostienen que la ocupación temprana del sitio utilizó una importante cantidad de artículos de elite, comerció con productos exóticos y alimentos (pescados de agua salada) a larga distancia, y tuvo un desarrollo precoz de lo que más tarde se transformaría en un ritual pan-maya . La ocupación pudo haber sido más amplia de lo que actualmente se estima (entre 5 y 10.000 personas) y los habitantes de Caracol fueron, con seguridad, algo más que simples campesinos. No existen jeroglíficos que nos informen sobre la dinastía o sobre políticas internas o externas en esta etapa tan temprana, pero los depósitos especiales encontrados sugieren que, en estos momentos, Caracol se situó en el corazón de la innovación en Tierras Bajas mayas, y que estuvo bien relacionada con otros sitios y «sistemas mundiales». Los escondites del Grupo A parecen haber sido colocados para conmemorar la llegada del Ciclo 8º en el 41 d.C., posiblemente en consonancia con la dedicación de este espacio como un Grupo E de estilo Uaxactún . Las prácticas de escondite de ofrendas consideradas a partir de una fecha tan temprana ensombrecen a aquéllas que se observan en el rival de Caracol, Tikal, Guatemala, al menos 300 años más tarde. Un entierro localizado en la Acrópolis Noreste encierra, quizás, los utensilios más exóticos para este momento, aún cuando fue colocado dentro de una simple cista y no en una tumba. La mujer que ocupaba esta cista fue enterrada en posición postrada, con la cabeza al este. Estaba acompañada con unas 7.000 cuentas de jadeita y concha que formaban un manto (probablemente cosidas a una capa de tela de algodón), 32 vasijas de cerámica, una ocarina y una pequeña figurilla zoomorfa. En el borde del manto y en los tobillos fueron incorporados numerosos dientes de perro, de alrededor de 80 individuos. En el enterramiento inicial fueron colocadas un número aún mayor de ofrendas, pero una porción de ellas fueron removidas en el pasado por un corte (incluidos el brazo izquierdo de la mujer y la mitad de una vasija). Un estudio iconográfico de su vestido sugiere que estaba representando a la diosa de la luna, Ix Chel, en el momento de su muerte (Brown 2003). Por lo que se refiere a su registro monumental, el Clásico Temprano en Caracol está representado por tres fechas del Ciclo 8o; dos de ellas están asociadas con monumentos tempranos (8.>15.3.?.?; 8.18.4.4.2)y una es una antedata a la posible fundación dinástica de Caracol en el 331 d.C. (8.14.13.10.4). De hecho, Caracol es algo inusual respecto de que, al menos dos de estas fechas, parecen ser contemporáneas más que históricas. Sin embargo, los jeroglíficos no proporcionan ningún otro detalle, más allá de la referencia a la aparente fundación del sitio en el siglo IV d.C. La evidencia arqueológica de una ocupación preclásica alrededor del 600 a.C. indica que el sitio ya había estado habitado desde un milenio antes de la aparición de esta historia jeroglífica inicial. El registro glífico de la fundación, más que reflejar el asentamiento inicial del sitio, parece estar relacionado con el establecimiento de la dinastía de Caracol. Existen enterramientos que quizás pueden representar a la élite gobernante de la ciudad, tales como una tumba colocada en la Estructura D16 de la Acrópolis del Sur que contenía dos individuos y está datada justo antes del 500 d.C. (Figura 2; ver también el Informe de la Temporada 2003 en http://www.caracol.org). Las ofrendas encontradas en esta tumba incluían 13 vasijas de cerámica completas, orejeras compuestas de obsidiana, jadeita, espinas de manta raya, espejos, figurillas de hueso y conchas spondylus completas; el entierro estaba cubierto con cinabrio. En su conjunto, estos artículos pueden ser interpretados como símbolos de gobierno. Sin embargo, ningún individuo histórico del sitio puede ser asociado con seguridad con estos restos. De manera similar, tampoco ha podido ser asociada con ningún personaje histórico una tumba de doble cubierta de Clásico Temprano colocada a nivel de plaza frente a la Estructura A6 (Anderson 1958), que asimismo incluye significativas ofrendas. En contraste con el casi total silencio de los textos escritos, los restos arqueológicos asignados al Clásico Temprano proporcionan una información esencial acerca de Caracol, y sugieren que se mantuvieron las redes comerciales a larga distancia del Preclásico, y que la población del sitio creció hasta alrededor de 25.000 individuos. El primer texto conocido asociado con una tumba (presumiblemente una fecha de muerte) data del 537 d.C., presagiando una eclosión del subsiguiente registro histórico del Clásico Tardío; esta fecha está asociada a un importante individuo enterrado en la cima de Caana bajo una versión más antigua de la Estructura B20. Durante el periodo Clásico Tardío, Caracol mantuvo una gran población y alcanzó su mayor extensión en superficie. Existe un abundante registro jeroglífico para los inicios del Clásico Tardío (Beetz y Satterthwaite 1981; Grube 1994; Martin y Grube 2000). Sus erosionados textos pueden ser utilizados para identificar tres gobernantes de finales del siglo V e inicios del VI. En 553 d.C. Señor Agua, Lord Water, se entronizó y estuvo en el poder al menos durante 40 años. A lo largo de su mandato se inició la práctica de esconder urnas «labio con labio» modeladas con rostros. También durante su reinado Caana fue reconstruido y se colocaron importantes tumbas en la Estructura B20 (577 d.C.) en la cima de este complejo, y en el edificio al norte de la Acrópolis Central (582 d.C.). La llegada al trono de Señor Agua se produjo, presumiblemente, bajo la supervisión de Tikal, aunque los textos indican dos acciones agresivas con esta ciudad. Al parecer, Tikal venció en un «evento-hacha» ocurrido en 556 d.C., y en cambio fue vencida en una guerra de estrellas en 562 d.C. La información jeroglífica que concierne a este acontecimiento, alojada en el Altar 21 de Caracol (Figura 3), no especifica que el Sitio Q (el emblema Cabeza de Serpiente popularmente identificado como Calakmul) haya participado en este suceso, lo que contradice las afirmaciones epigráficas (Martin 2005; Martin y Grube 2000). Los textos mencionan otros tres personajes importantes para Señor Agua, que jugaron un papel después de su muerte: Batz Ek que nació en el 566 d.C., Knot Ahau nacido en 575 d.C., y K’an II cuya fecha de nacimiento fue en 588 d.C. Sin embargo, ninguno de ellos puede ser relacionado con alguna de las 108 tumbas que han sido investigadas en Caracol. Si bien han sido excavadas todas las estructuras mayores del epicentro, ninguno de los enterramientos puede asignarse a los gobernantes mencionados en el sitio. Este hecho es particularmente intrigante, dado que media docena de tumbas epicentrales contienen textos pintados que bien podrían acompañar a la élite más elevada. En consecuencia, desconocemos donde fue enterrada la gente mencionada en los monumentos del epicentro, y en ningún momento los propios textos proporcionan clave alguna al respecto. Knot Ahau accedió al gobierno en 599 d.C. y fue seguido por K’an II en 618 d.C. Parece que hubo tensiones entre estos dos personajes, que Houston (1987) sugiere que fueron hermanos, pero ningún texto lo confirma. La Estela 1 de Caracol (Figura 4) puede ser un monumento póstumo erigido por K’an II para consolidar su gobierno, especialmente porque el monumento contiene una variante para el nombre de Señor Agua y termina con una referencia a la primera perforación de pene de K’an II (otra interpretación es que este nombre se refiere al padre de Señor Agua). La importancia de esta perforación iniciática de pene por parte de K’an II también es registrada en la Estela 3. Asimismo, el Altar 21, que abre con una fecha de Cuenta Larga referente al nacimiento de K’an II, también hace mención de la historia temprana relacionada con Señor Agua y no menciona en ningún caso a su predecesor Knot Ahau.