la arqueología

lunes, 5 de noviembre de 2018

Descubrimientos arqueológicos

Las momias reales de Deir el-Bahari (Egipto)

Un tórrido día de julio de 1881, un ladrón de tumbas llamado Mohammed Abdel Rasul condujo al egiptólogo berlinés Émile Charles Adalbert Brugsch (1842-1930) hasta el acantilado que domina el templo funerario de la reina Hatshepsut en Deir el-Bahari, cerca de Luxor. Tras una difícil ascensión de unos 60 metros llegaron hasta una fisura que hay en la pared de roca: cuidadosamente disimulada con arena y piedras, apareció la entrada de un pozo que se hunde en la montaña. Allí, a 11 metros de profundidad, se amontonaban los féretros con los nombres grabados de 11 faraones del Imperio Nuevo (dinastías XVIII y XIX), personajes como Tutmosis III, Seti I, Amosis el Libertador o el gran Ramsés II. “Vi tal número de ataúdes que sentí que las piernas me temblaban”, escribiría después Brugsch, quien actuaba como sustituto de su jefe Gaston Maspero, que se hallaba en París, tras la pesquisa de los Abdel Rasul, conocidos expoliadores del pueblo de Qena. Los ladrones habían confesado y era necesario actuar con rapidez para impedir que los tesoros del escondrijo se desvanecieran. ¿Qué hacían allí aquellas momias, fuera de sus tumbas originales en el Valle de los Reyes? Piadosos sacerdotes tebanos los habrían ocultado en aquel lugar tras los saqueos de tumbas ocurridos a finales del Imperio Nuevo. El escondite fue hallado casualmente por los Rasul, que guardaron durante años el secreto del hallazgo trapicheando con piezas del ajuar de las momias (que hoy se exhiben en una sala especial del Museo Egipcio en El Cairo) hasta que fueron descubiertos.

Calakmul (México)

Durante casi 12 siglos, Calakmul, en el Estado mexicano de Campeche (Yucatán), fue el mayor centro de poder del mundo maya, capital del reino de la Cabeza de Serpiente y rival de Tikal. Sus imponentes estructuras piramidales —uno de los últimos descubrimientos de la arqueología mesoamericana— asoman sobre la tupida vegetación de la selva, más de 720.000 hectáreas de bosque tropical declaradas patrimonio mundial.

Tell el-Amarna (Egipto)

Hace ya más de un siglo que la bella Nefertiti, “señora de la dulzura”, esposa del faraón hereje Amenofis IV (1353-1336 a.C.), que cambió su nombre por el de Akenatón, llegó a Berlín. Su célebre busto, convertido en canon de belleza, fue hallado entre las ruinas del taller del escultor Tutmose en el curso de las excavaciones en Tell el-Amarna que dirigía el egiptólogo alemán Ludwig Borchardt; hoy reina altiva desde su pedestal en las salas de arte egipcio del Neues Museum, remodelado por el arquitecto británico David Chipperfield.

Petroglifos de Twyfelfontein (Namibia)


Las areniscas rojas del valle de Twyfelfontein, en la región de Kunene, al noroeste de Namibia, albergan una de las mayores concentraciones de petroglifos de África. Descubierto en 1921 por el topógrafo alemán Reinhard Maack, el lugar fue reconocido en 2007 como patrimonio mundial y se compone de 15 localizaciones con más de 2.500 grabados de animales y figuras esquemáticas que sirvieron para ritos chamánicos. La mayoría de ellos se hallan en buen estado de conservación, y representan rinocerontes, leones, elefantes, avestruces y jirafas; también hay varios abrigos con pinturas de ocre rojo con figuras humanas. El conjunto documenta las prácticas rituales de las poblaciones de cazadores-recolectores en esta región del África meridional desde hace más de 5.000 años.

Poblado de Skara Brae (Islas Orcadas, Escocia)

En 1850, una tormenta sacó a la luz el poblado neolítico de Skara Brae, enterrado durante siglos bajo las dunas de una bahía de arena a 13 kilómetros de Stromness, en Mainland, la isla más grande de las Orcadas, al norte de Escocia. Anterior a la Gran Pirámide y a Stonehenge, Skara Brae fue ocupada entre el 3100 y el 2500 a.C. Declarado patrimonio mundial por la Unesco, el yacimiento está tan bien conservado que parece que sus habitantes acabaran de abandonarlo.

Sigiriya (Sri Lanka)

En Sri Lanka, la Serendip de las fábulas orientales, abundan las cosas maravillosas e inesperadas. Lugares como Sigiriya, gigantesca peña de paredes verticales donde el rey parricida Kasyana construyó en el siglo V, a 200 metros de altura, su inexpugnable ciudadela cortesana. Sigiriya (Roca del León) recibe su nombre por las enormes garras de león que marcan el lugar de la puerta de acceso al antiguo palacio, con galerías que adornan pinturas al fresco de bellas apsaras: las ninfas celestiales de la mitología hindú, bailarinas en la corte del dios Indra. El entorno, con fosos cubiertos de nenúfares, jardines acuáticos y tranquilos altares, no hace sino acrecentar su misterio.

Great Zimbabwe (Zimbabue)

Cegado por sus prejuicios culturales y raciales, el explorador alemán Karl Mauch (1837-1875) —“un individuo oscuro, intratable y difícil, obsesionado por realizar grandes descubrimientos”— se negó a reconocer que las monumentales ruinas de Great Zimbabwe, la fabulosa ciudad de piedra y oro descubierta en 1531 en el África subsahariana por el navegante portugués Vicente Pegado, fueran obra de negros, y creyó ver en ellas los restos del mítico palacio edificado por el rey Salomón para la reina de Saba. En realidad fue construida allá por el siglo XII por gentes de etnia bantú: Great Zimbabwe fue la capital de un gran reino subsahariano que se extendía por el este de Zimbabue y los actuales Botsuana, Mozambique y Sudáfrica. Reconocida como patrimonio mundial por la Unesco, se calcula que en su momento de mayor esplendor, entre 1100 y 1450, pudo acoger hasta 18.000 habitantes.

Herculano (Italia)

La antigua ciudad de Herculano, mucho más pequeña que la vecina Pompeya y destruida el mismo día —el 17 de octubre del año 79— por la erupción del Vesubio, estaba rodeada por unas frágiles murallas al pie del volcán, en una colina que se precipitaba a pico sobre el mar. Se calcula que en el momento de su destrucción tenía unos 4.000 habitantes que disponían de un teatro, basílica, acueducto, foro, termas y una red de fuentes públicas. Las excavaciones de Herculano comenzaron en 1738. El flujo piroclástico que la cubrió carbonizó la materia orgánica, pero conservó tanto las estructuras como los cuerpos humanos, algunos encontrados cerca de la costa, sorprendidos por la muerte mientras esperaban su rescate en un barco que nunca llegó. Pero lo más interesante son los cientos de pergaminos encontrados en la Villa de los Papiros, los textos de la única biblioteca de la Antigüedad que se conservan.


Troya (Turquía)

“Entre las ciudades que los mortales habitan bajo el sol y el cielo estrellado, la sagrada Ilión es la que prefiero, con Príamo y el pueblo de Príamo, de sólidas lanzas”, declara Zeus en la Ilíada. La leyenda cuenta que cuando el millonario y políglota alemán Heinrich Schielmann contaba siete años, su padre le regaló un ejemplar del libro y desde entonces aquel niño tuvo perfectamente claro que su destino en este mundo iba a ser encontrar las ruinas de Troya: estaba convencido de que la Ilión de las leyendas homéricas no podía ser un mito. Tardó más de 40 años en dar con ella en la punta noroccidental de la península de Anatolia, pero al final lo consiguió: para ser exactos, restos no de una, sino de hasta nueve ruinas de ciudades identificadas como Ilión o Troya, destruidas y reedificadas entre el año 3000 y el año 1000 antes de Cristo. A Schliemann se le reprocha que fue un arqueólogo diletante y, al parecer, algo tramposo: siempre ninguneó al británico Frank Calvert, que se le había adelantado en la búsqueda pero tuvo que abandonar por falta de dinero.

Otzi (Italia)

En septiembre de 1991 una pareja de excursionistas descubrió en un terreno glaciar del macizo de Ötztal, en los Alpes italianos, el cuerpo de un varón momificado que vivió hace 5.300 años, a finales del neolítico. Ötzi, como fue bautizado el hombre del hielo, portaba un arco de madera de tejo, varias flechas con punta de sílex, un gorro de piel de oso y otros utensilios, entre ellos un hacha de cobre con empuñadura de madera de tilo, su objeto más valioso. Analizando las proporciones de isótopos del metal, un equipo de investigadores la Universidad de Padua realizó un hallazgo sorprendente: el hacha de cobre de Ötzi provenía de la región de Toscana, a centenares de kilómetros de allí. Se abría así un mundo de intercambios comerciales y de viajes en un periodo de la prehistoria —el neolítico— que siempre se había asociado al sedentarismo, cuando los humanos dejamos de ser cazadores y recolectores nómadas para convertirnos en agricultores y ganaderos.

Arqueólogos

Heinrich Schliemann

La formación a veces no es lo más importante. Sino que se lo pregunten a Heinrich Schielmann, un viajero nacido en 1822 que puede presumir de haber descubierto la ciudad de Troya. La ambición y las numerosas pistas del histórico libro “La Iliada” fueron dos aspectos fundamentales para poder conseguir su objetivo: transformar una leyenda en uno de los descubrimientos más importantes de la historia.

Howard Carter

La tumba de Tutankamon se enmarca como uno de los descubrimientos más importantes de la historia, sino el que más. Unas ruinas que llevaban enterradas miles de años y que Howard Carter sacó a la luz de casualidad. Las excavaciones en el Valle de los Reyes estaban a punto de ser canceladas para Carter y su equipo, cuando de repente apareció esta impresionante tumba que nos ha permitido saber un poco más sobre la civilización de los faraones.

John Lloyd Stephens

Explorador, escritor, arqueólogo y hasta diplomático. Todos estos reconocimientos tenía John Lloyd Stephens, un hombre considerado como el “segundo descubridor de América”. Un título que se ganó en la década de 1850 cuando  con una participación destacada en en la investigación en el descubrimiento al mundo de la civilización maya. Un proceso duro en el que se sumergió en las inmensas selvas de América Central para sacar a relucir la interesante historia de esta civilización milenaria.

Sir Mortimer Wheeler

Este eminente científico nació en 1890, en Escocia, y fue de los primeros defensores de la arqueología como ciencia. Hizo especial hincapié en la importancia de la documentación del registro estratigráfico e ideó el método de dejar zonas sin excavar entre los cuadros de excavación en un yacimiento, con el objetivo de dejar intacta algo de la estratigrafía original. Inventor de la rejilla tridimensional que se emplea aún hoy para ubicar los hallazgos, Wheeler escribió numerosos libros populares y apareció muchas veces en la radio y televisión, contribuyendo así a popularizar tempranamente esta ciencia. Fue Director General de Arqueología en la India.

Dame Kathleen Kenyon

Discípula de Wheeler, esta mujer nacida en 1906 fue una de las primeras arqueólogas profesionales. Fue pionera en la realización de excavaciones científicas que intentaban demostrar si eran ciertos algunos de los relatos de la Biblia, para lo cual se desplazó a Tierra Santa, donde realizó estudios de un altísimo rigor académico. Fue la primera en revelar la colonización durante el neolítico de la región de Jericó. Sus excelentes excavaciones han sido importantes campos de entrenamiento para los arqueólogos que han trabajado en el Cercano Oriente durante dos generaciones.

David Stuart

Este genio de la arqueología comenzó a visitar las ruinas mayas a los tres años de edad acompañado de su padre, y a los 14 logró publicar un documento donde descifraba algunos de los jeroglíficos que se podían encontrar en algunas ruinas de esta antigua civilización americana. A los 18 años ganó una beca “genio” de la Fundación MacArthur. Ha revolucionado la manera en que pensamos acerca de los mayas a través de su innata capacidad de leer su compleja escritura. Actualmente trabaja en la Universidad de Texas.

Jonh Lloyd Stephens

Aunque era explorador y no exactamente un arqueólogo profesional, tiene el gran mérito de haber sido el primero en explorar a fondo las ruinas mayas y realizar los informes más completos y detallados sobre el arte de esta civilización hasta ese entonces, dando inicio así a la arqueología mesoamericana. Sus libros constituyeron verdaderas crónicas con excelente mapas y dibujos detallados que aún hoy son dignos de gran admiración. Vivió entre 1805 y 1852.


Sir W. M. Flinders Petrie

Este eminente científico nació en 1853 y fue la primera persona en ocupar un importante sitial en la Egiptología británica, siendo profesor en el University College de Londres. Fue pionero en el uso del método científico en la Arqueología y en el empleo de los restos cerámicos en los diferentes estratos de una excavación para reconstruir la historia del sitio. Su método permitió a los arqueólogos del futuro realizar cronologías relativamente precisas antes de la llegada de la datación con carbono 14. El museo del University College de Londres lleva su nombre en honor a sus grandes aportes.

Secretos de la arqueología.


La Arqueología postprocesual

En los años 80, un nuevo movimiento surgió en la arqueología anglosajona. Sus protagonistas fueron Michael Shanks, Christopher Tilley, Daniel Miller y, sobre todo Ian Hodder. Debido a que cuestionaban el procesualismo o Nueva arqueología y a que se basaban en presupuestos postmodernos, recibieron la etiqueta de Arqueología postprocesual. A diferencia del procesualismo, reniegan de la capacidad de alcanzar verdades absolutas por medio del Método científico, asegurando que cada investigador lleva a cabo su trabajo, no sólo desde un paradigma, sino también fuertemente influido por sus circunstancias personales y su experiencia vital y laboral. Por lo tanto, niegan a la Arqueología la capacidad de seguir el camino de las ciencias duras.
En efecto, si consideramos que en la arqueología de campo cada fenómeno es singular', por más que comparta con otros ciertos rasgos comunes y, sobre todo, si aceptamos que cada yacimiento es único, su estudio, su excavación nunca puede ser equiparada a un experimento de laboratorio, pues es un proceso destructivo e irrepetible. La arqueología se convierte, entonces, en un procedimiento relativo cuyo método no sólo consiste en analizar los restos procedentes de una excavación, sino también las actitudes y opiniones que suscita. Este enfoque es radicalmente opuesto al procesualismo, ya que reconoce que cada miembro del equipo puede, debe, brindar su diferente interpretación de los hechos, construyendo el pasado intersubjetivamente.


¿Qué beneficio puede reportar esto? En primer lugar, el enriquecimiento del debate teórico, que se estaba esclerotizando de nuevo; en segundo lugar, dejar paso a interpretaciones alternativas que hasta el presente habían sido marginadas por la jerarquía científica oficial impregnada de machismo, academicismo, racismo, europeocentrismo o neocolonialismo;... pueden ser puestos en tela de juicio y discutidos sin que haya asimetrías institucionales. Los postprocesualistas atacan al Método científico como un enfoque dictatorial impuesto por Occidente y que, a veces, antepone el progreso a la deontología. La protección del patrimonio cultural y arqueológico de un pueblo, de una región, se convierte en uno más de sus fines. Los postprocesualistas defienden que la moral debe controlar a la ciencia, incluso, que debe servirse de ella para lograr sus objetivos de justicia e igualdad.


Al margen del punto de vista ético o crítico, defienden la validez de las ciencias blandas, como la Historia, e incluso niegan la supuesta superioridad de las ciencias mal llamadas exactas. Curiosamente, los estudios postprocesualistas no carecen de mérito científico. Paradójicamente, sugieren que el protocolo debe seguirse lo más fielmente posible: los procedimientos científicos deben ser respetados porque la experiencia indica que el método permite avanzar (no siempre en la dirección adecuada). Aunque eso no hace que se elimine el relativismo: en esto no aceptan el falsacionismo popperiano, se puede contrastar una hipótesis favorablemente muchas veces, y, por supuesto, no basta una negativa para refutarla. Esto no quiere decir que todo valga.


Debido al relativismo y a la crítica de las jerarquías, el postprocesualismo es, a menudo, una etiqueta que se coloca a todo arqueólogo que se rebela contra el sistema. Lo cual es un error, pues hay muchos que siguen paradigmas marxistas, feministas, en favor de los derechos de los indígenas... Además, la libertad interpretativa ha conducido a multitud de escuelas locales, dentro de este paradigma, si bien, casi todas ellas comparten un nuevo acercamiento al Historicismo Cultural (cauteloso, eso sí), gracias a que éste dispone de herramientas de trabajo de campo, para periodos remotos, más potentes que el procesualismo, más enfocado éste a la interpretación teórica y a la etnología, y no a la Historia.

La Arqueología marxista moderna



El marxismo, desde sus inicios, nace muy ligado a la creación de una teoría de alto nivel que explique la evolución histórica. No es raro, pues, que haya sido aplicado a la Prehistoria.​ Los trabajos de Marx apenas hacían referencia a los períodos primitivos, tanto por la época en la que los escribió (a mediados del siglo XIX apenas se sabía nada de las etapas preliterarias de la humanidad), como el lugar en el que se inspiró, el que mejor conocía, la Europa de la Revolución industrial. Sin embargo Engels hizo un intento de acercarse al mundo primitivo en su libro «El Origen de la familia, la propiedad privada y el estado» (1884). Su acercamiento fue meramente especulativo y con escaso fundamento. Su interés es más testimonial que científico.




Suele decirse que Gordon Childe es uno de los primeros arqueólogos marxistas, pero su marxismo es más ideológico y personal que epistemológico. En realidad la Arqueología Marxista comenzó a desarrollarse con fundamento después de la Segunda Guerra Mundial, tanto en países comunistas como capitalistas. especialmente en Francia. Figuras como W. Raczkowski en Polonia; el checo Robert Malina (afincado en Estados Unidos), los rusos Sergei A. Semenov o Leo S. Kleijn y el chino Jia Lampo. De origen occidental, Maurice Godelier, Marshall Sahlins (en su primera etapa) o Jonathan Friedman, son algunos de sus principales representantes.




Sus principios fundamentales se basan, lógicamente, en la aplicación del Materialismo histórico: Las formaciones sociales humanas tienen un orden regido por las relaciones de producción. Éstas, en su conjunto, forman la llamada Infraestructura de la sociedad. Pues bien, la infraestructura establece la conciencia del ser humano, su psicología, su organización jerárquica, jurídica y política, es decir, su Superestructura (y no al revés, como sostenían otros cuadros teóricos sobre las sociedades humanas).




La poderosa influencia de la Infraestructura sobre la Superestructura es fundamental, pero no necesariamente determinista o mecanicista (tal concepto depende de las diferentes tendencias dentro del marxismo). Por otra parte, dentro de la Infraestructura, las relaciones de producción son lo más importante, ya que, en su seno, se desarrolla la dialéctica, el conflicto interno que, en resumidas cuentas, es el motor de la Historia.




Es decir, los desequilibrios, las asimetrías, las crisis dentro de las relaciones sociales de producción son las causas que provocan los cambios, las innovaciones, las regresiones, lo que suele denominarse progreso. En una sociedad contemporánea capitalista, la lucha de clases es el fenómeno dialéctico que estimula los cambios históricos. Pero en la Prehistoria, los causantes fueron otros.




Técnicamente, para el paradigma marxista, durante la Prehistoria hay dos grandes episodios: el primero sería el llamado Comunismo primitivo, el segundo es el Modo de Producción Asiático (ambos separados por lo que Gordon Childe denominó Revolución neolítica). Para los arqueólogos marxistas ha sido factible establecer las causas de la dialéctica interna dentro de las relaciones de producción del Modo de Producción Asiático, ya que éste posee indicadores tales como la autoridad, la riqueza, la guerra, la esclavitud y, en resumidas cuentas, la explotación de unos por otros.




El mayor problema al que se han enfrentado ha sido encontrar el motor del cambio en el Comunismo Primitivo, pues éste, generalmente ha sido visto como un sistema relativamente estable y coherente. Sin embargo, en las últimas décadas, numerosos investigadores han logrado desbaratar la imagen idílica de que las sociedades primitivas son armónicas; al contrario, se está viendo que todas ellas tienen contradicciones debidas a factores que hasta ahora habían sido difíciles de percibir: la jerarquización por sexo y edad, la dualidad caza-recolección (ya que la caza suele ser más prestigiada, pero la recolección es más constante y eficaz, con lo que realmente se estaba planteando ya, desde el Paleolítico una teoría del valor trabajo), los problemas de integración social, la propia evolución biológica y la poderosa influencia del entorno ambiental que, a fin de cuentas, se convierte en el medio de producción por excelencia.

La Nueva Arqueología anglosajona

La Arqueología procesual, también llamada Analítica o Nueva arqueología nace en el ámbito anglosajón en los años 60, aunque tiene precedentes. Su máximo exponente es el estadounidense Lewis Binford​ seguido de los británicos David L. Clarke​ y, ya en las últimas décadas del siglo XX, Colin Renfrew; su extensión es amplia: Estados Unidos, Reino Unido, Australia, Holanda, países escandinavos... La arqueología procesual se manifiesta abiertamente en contra del historicismo arqueológico por su falta de inquietud científica y por la carencia de un enfoque o paradigma explícito. De hecho, la arqueología procesual defiende la aplicación del Método científico, a veces de un modo muy rígido, propio de las Ciencias naturales y por la enorme influencia de la Antropología social y de los planteamientos de la Filosofía analítica, tanto anglosajona como de la Escuela de Viena.
Por otro lado, la nueva arqueología, o como quiera calificarla, define los grupos humanos como sistemas culturales completos y abiertos, sujetos a los estímulos del medio ambiente. La cultura de estos grupos tiene una serie de elementos inmateriales y otros materiales; estos últimos son los que se conservan en los yacimientos. Nutriéndose de las teorías antropológicas sociales, los procesualistas dividen cada sistema cultural en subsistemas (cuyo número y concepción depende del investigador) que abarcan aspectos: económicos, tecnológicos, psicológicos, espirituales y organizativos. Todos ellos se interrelacionan con el entorno, adaptándose para asegurar la subsistencia del grupo.

Dado que en los yacimientos sólo conservamos restos de la cultura material, ésta debe ser estudiada como un reflejo subsidiario de todo el sistema cultural. Por tanto, el enfoque de su análisis debe ir dirigido a asignar un papel a cada resto arqueológico, para que represente cada uno de los subsistemas (traducibilidad). De este modo, sería posible reconstruir los subsistemas desaparecidos a partir de las huellas que dejan en la cultura material. Para ello, es decir, para recuperar los aspectos inmateriales, hay que emplear la inferencia antropológica. Lo malo es que este tipo de procedimiento inductivo es eficaz en tanto que los restos son más completos, están mejor contextualizados y, especialmente, si son más recientes. Cuando el contexto es relativamente completo, es factible inferir aspectos económicos, sociales, espirituales e, incluso, ideológicos...

En América y Australia, además de muchos países del Tercer Mundo, se ha mantenido una continuidad cultural entre los primitivos actuales, o indígenas, y sus antepasados prehistóricos. Esto facilita la inferencia y la extrapolación etnológica. En cambio, en Europa hay un profundo hiato (periodo sin sedimentación), sobre todo, respecto a la Edad de Piedra. A pesar de ello la arqueología procesual ya ha calado en el Paleolítico del Viejo Mundo​ al tiempo que ha fracasado en su aplicación a yacimientos complejos que abarcan periodos históricos (clásicos, medievales, etc. ). Pero donde las inducciones analíticas han avanzado ostensiblemente es en la investigación de los periodos de la Prehistoria posteriores a la edad de Piedra (no es lo mismo aplicar el procedimiento a una flecha Hopi que a una hoja de laurel solutrense; pero si hablamos de la revolución Neolítica, o del fenómeno megalítico, la cosa cambia).

Tras la inferencia, es necesaria la verificación. Aquí es donde más críticas ha recibido la nueva arqueología; pues, aunque se postula como seguidora de las ciencias duras, sus procedimientos de contrastación de hipótesis son bastante débiles. Realmente se basan en la llamada «Teoría de Nivel Medio» desarrollada por Binford y que, simplificando mucho, se puede explicar como una extrapolación de los datos etnográficos a los arqueológicos. Después de décadas de ensayos, la realidad ha proporcionado algunos aciertos, pero se ha demostrado que el procedimiento de Binford llega a ser demasiado reduccionista en la mayoría de los casos.

Tendencias Actuales

Actualmente el historicismo cultural sobrevive en muchas zonas del globo, si bien matizado e influido por la renovación constante de la teoría arqueológica. Hoy día, este paradigma ya se atreve a realizar inferencias sobre estructuras económicas en los periodos más antiguos de la Prehistoria y, a medida que ésta avanza, ya se incluyen también deducciones sociales e, incluso, espirituales, aunque, en este ámbito, como diría Gabriel Camps, "campa la especulación".​ El énfasis principal de los modernos seguidores de este paradigma es el establecimiento de una cronología precisa, concentrarse en la minuciosidad del trabajo de campo (la excavación, la tipología, la tecnología, en fin, los datos empíricos, con una impresionante panoplia de ciencias auxiliares). Igualmente en el ámbito de la antropología física, se centran en descripciones precisas de cada medida o cada coeficiente óseo, huyendo de las generalizaciones, lo que conduce a la multiplicación de las subespecies humanas perfectamente situadas cronológica y culturalmente, pero mal relacionadas genéticamente.

A partir de los años 60, el panorama comenzó a cambiar, apareciendo más enfoques científicos, muchos de los cuales tenían pretensiones nomotéticas que, mal o bien enfocadas, beneficiaron y enriquecieron las perspectivas epistemológicas de la Arqueología y la Prehistoria. La prueba radica en que ya hay, por fin, manuales universitarios que no se limitan a explicar la mecánica del trabajo arqueológico, o la simple sucesión de culturas, atreviéndose a enfrentarse a los problemas de interpretación teórica de los resultados. El desarrollo de la teoría arqueológica ha acarreado la imposibilidad de abarcar todas las tendencias, siendo unas claramente mayoritarias ("archaeological mainstreams") y otras muy localizadas ("archaeological minorities"), lo que no les quita valor epistemológico, pero sí dificulta su acceso.

Arqueología Tecnológica

A falta de avances epistemológicos, la arqueología tradicional renunciaba a indagar aspectos psicológicos y sociales de las culturas que estudiaba, reconociendo que de hacerlo se incurriría en una especulación completamente vana. Pero tras la Segunda Guerra Mundial pudieron favorecerse y reforzar su trabajo con la ayuda de numerosos avances técnicos susceptibles de ser aplicados en Arqueología: la sedimentología desarrollada por Wadell desde 1932; también era conocida desde los años 30, la datación por dendrocronología desarrollada por Andrew Ellicott Douglass y la palinología, introducida en las excavaciones por los ingleses Hyde y Williams en 1944. La prospección aérea se desarrolla en los 50 gracias a la labor del francés Roger Agache y el inglés Osbert G. S. Crawford. La datación por 14C fue desarrollada por William Libby entre 1945 y 1949; el refinamiento del sistema de excavación cuadricular por coordenadas cartesianas y siguiendo los estratos naturales, por parte de Mortimer Wheeler en 1954,​ las aportaciones en la cronología del Cuaternario (geomorfología cuaternarista), el descubrimiento de la cronología isostática para las playas fósiles; los descubrimientos paleoantropológicos de Louis Leakey desde finales de los 50; el desarrollo de la tipología lítica por François Bordes, la introducción de cálculos matemáticos sencillos. La aplicación de los estudios de microfauna por Chevchenko y el primer estudio integral del medio ambiental en Star Carr (Inglaterra) por el arqueólogo Grahame Clark, ambos en los años 50... En general la Arqueología prehistórica desarrolló una serie de procedimientos prácticos apoyados en los descubrimientos de otras ciencias más avanzadas, casi todas procedentes del campo de las Ciencias naturales o, incluso, de la Ingeniería.

Arqueología Cultural Historicista


Al mismo tiempo que en el Extremo Oriente se daba esta orgía arqueológica y en América se daban cuenta de su potencial, en Europa occidental se daban pasos decisivos para el desarrollo de la arqueología prehistórica. Hablamos sobre todo de Francia, donde se libró la batalla de la estratigrafía para determinar la secuencia del Paleolítico. Poco antes de morir, en 1898, Gabriel de Mortillet había establecido la sucesión cultural en las siguientes fases: Achelense, Musteriense, Solutrense y Magdaleniense. Sobre esta base, excavando innumerables cuevas, Henri Breuil refundió progresivamente el cuadro general del Paleolítico, dándolo por bueno en 1932: a las culturas señaladas por Mortillet añadió un Abbevillense, previo al Achelense; también estableció unos niveles anteriores al Solutrense, que denominó Auriñaciense. Poco después Denis Peyrony, rival de Breuil, enriqueció la secuencia con el Châtelperroniense y el Gravetiense (ambos surgidos de la división del Perigordiense). Previamente, los geólogos Bruckner y Penk, estudiando los depósitos del Danubio, establecieron en 1903 la existencia de cuatro glaciaciones cuaternarias que bautizaron con nombres de afluentes de este gran río: Gunz, Mindel, Riss y Würm (Breuil se apresuró a correlacionar las culturas con las cuatro glaciaciones. Todas estas aportaciones surgen de una metodología meramente estratigráfica, pero a veces carecían de deontología. Muchos yacimientos fueron literalmente vaciados en una loca carrera por ser el primero en establecer la secuencia. Breuil y Peyrony son el ejemplo más dramático del sacrificio de toneladas de estratos arrojados a las graveras, sin un momento de respiro para meditar. Era como un choque de trenes en el que pareció vencer Breuil, pues sus teorías prevalecieron, pero, en realidad, todos salimos perdiendo, pues la cantidad de información que se perdió jamás podría ser sustituida.

Recientemente, un arqueólogo danés definió esta ansia por excavar para ver qué pasa como una enfermedad que atacaba a ciertos científicos, la llamó "la rabia del arqueólogo".

Esta era la triste realidad que rodeó a los hoy afamados arqueólogos franceses de principios del siglo XX. Para ellos, la Prehistoria no llegaba más allá de ser una mezcla de Paleontología e Historia de las culturas. Cierto que se creó un cuerpo enorme y coherente de conocimientos, pero la Prehistoria tenía una exigencias muy superiores. Por eso, a lo más que se llegó fue a una sucesión lineal de culturas, unas tras otras, dividiéndose como ramas de un árbol, caminando indefectiblemente hacia el progreso, hacia la luz. La descripción y la búsqueda de similitudes entre grupos tipológicos es muy importante para la Arqueología cultural, de ahí el interés en la taxonomía. Lo cierto es que la mayor parte de las innovaciones técnicas de la arqueología (sobre todo la prehistórica) proceden de la escuela historicista. No sólo hablamos de la recopilación de un impresionante registro, también de los procedimientos de trabajo. Pero este paradigma tradicional renunciaba, generalmente, a la inferencia y a la generalización, por lo que sus logros son, casi todos, descriptivos, esto es, de muy bajo nivel epistemológico; como mucho se alcanza un nivel epistemológico medio, pero nunca el más elevado.​ El resultado es una serie de conclusiones estructuradas de manera similar a la de los historiadores: son empíricas, narrativas e ideográficas, es decir, sin posibilidad de verificación científica.


Pero en 1925 había ocurrido un hecho tan crucial como cualquier descubrimiento arqueológico, el australiano Vere Gordon Childe editaba «Dawn of the european civilization», que, en palabras de Glyn Daniel es "no sólo un libro de una incomparable erudición arqueológica, sino también un nuevo punto de arranque para arqueología prehistórica".​ En él, desarrolla sus teorías sobre el impacto Indoeuropeo en el origen de la civilización occidental. A pesar de sus tendencias marxistas, el tema resultó muy delicado, si se tiene en cuenta su coincidencia con el ascenso del fascismo. En cualquier caso, Childe realizó un análisis multidisciplinar de gabinete (de hecho no era especialmente destacable como arqueólogo de campo) del problema indoeuropeo, analizando la lingüística, los movimientos migratorios, las invasiones, etc. Repitió sus estrategias multidisciplinares sobre el Neolítico, más desarrolladas en el campo teórico que en el práctico, siendo el creador de la expresión Revolución Neolítica, como contraposición a la Revolución industrial. Childe nunca renegó del difusionismo, pero sin llegar a conclusiones lunáticas como las que hemos ejemplificado, es lo que se ha llamado «difusionismo modificado». De hecho, al explicar los cambios en las sociedades antiguas, Childe asumía la influencia de otras culturas. Los grandes cambios, tales como la Revolución Neolítica, los atribuyó a algún foco de irradiación.

A partir de ahora ya no se hablaría de una simple sucesión de culturas: el modelo cambió, las ramas del árbol no crecían independientes, se mezclaban unas con otras, se entrelazaban, se retorcían e iban hacia atrás a veces. Se produjo la renovación teórica de lo que se ha dado en llamar Arqueología Cultural Historicista: los arqueólogos comprendieron que las culturas se influían mutuamente, pero también que competían y se solapaban; y que ciertos “estilos” en los tipos de artefactos eran una demostración de enlaces socio-culturales, migraciones, invasiones o procesos de difusión cultural. Como diría Matthew Johnson, ya no sólo se trataba de crear una sucesión de culturas colocadas unas sobre otras, sustituyéndose sin relación aparente entre ellas, como en una torre o, mejor, como en el horario de una agenda; a partir de ahora también había que dibujar mapas llenos de manchas con flechas que iban de aquí para allá.​ Aunque Johnson no lleva el símil hasta sus últimas consecuencias, los arqueólogos parecerían jefes de estación organizando horarios e itinerarios, pero no de trenes, sino de culturas prehistóricas; ignorando por completo a los pasajeros, a los individuos.


                              

Cueva de Mas d'Azil, sitio epónimo del Aziliense.


La Ferrassie da nombre a una facies Musteriense.



Cueva de Le Moustier, epónimo del Musteriense.



La Micoque, que da nombre al Micoquiense.