Actualmente el historicismo cultural sobrevive en muchas zonas del globo, si bien matizado e influido por la renovación constante de la teoría arqueológica. Hoy día, este paradigma ya se atreve a realizar inferencias sobre estructuras económicas en los periodos más antiguos de la Prehistoria y, a medida que ésta avanza, ya se incluyen también deducciones sociales e, incluso, espirituales, aunque, en este ámbito, como diría Gabriel Camps, "campa la especulación". El énfasis principal de los modernos seguidores de este paradigma es el establecimiento de una cronología precisa, concentrarse en la minuciosidad del trabajo de campo (la excavación, la tipología, la tecnología, en fin, los datos empíricos, con una impresionante panoplia de ciencias auxiliares). Igualmente en el ámbito de la antropología física, se centran en descripciones precisas de cada medida o cada coeficiente óseo, huyendo de las generalizaciones, lo que conduce a la multiplicación de las subespecies humanas perfectamente situadas cronológica y culturalmente, pero mal relacionadas genéticamente.
A partir de los años 60, el panorama comenzó a cambiar, apareciendo más enfoques científicos, muchos de los cuales tenían pretensiones nomotéticas que, mal o bien enfocadas, beneficiaron y enriquecieron las perspectivas epistemológicas de la Arqueología y la Prehistoria. La prueba radica en que ya hay, por fin, manuales universitarios que no se limitan a explicar la mecánica del trabajo arqueológico, o la simple sucesión de culturas, atreviéndose a enfrentarse a los problemas de interpretación teórica de los resultados. El desarrollo de la teoría arqueológica ha acarreado la imposibilidad de abarcar todas las tendencias, siendo unas claramente mayoritarias ("archaeological mainstreams") y otras muy localizadas ("archaeological minorities"), lo que no les quita valor epistemológico, pero sí dificulta su acceso.
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